Sexto Congreso Sin Tierra: Reinventar en movimiento

por Raúl Zibechi

Después de tres décadas de lucha por la reforma agraria, el MST hizo un alto en el camino para trazar un balance y comprender la nueva realidad para seguir siendo fieles a una de sus consignas centrales: “transformar transformándose”.

“Nuestra mayor victoria fue haber construido una organización de campesinos que rescató la historia de lucha por la tierra, haber durado tanto tiempo, mantener la unidad interna y habernos convertido en una referencia, incluso internacional”, reflexiona a modo de balance Gilmar Mauro, dirigente histórico de uno de los mayores movimientos sociales de mundo (Carta Capital, 10 de febrero de 2014).
 
Entre el 10 y el 14 de febrero el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) realizó su sexto congreso en Brasilia, quizá el más importante en sus 30 años porque debe definir nuevos rumbos. Entre 12 y 15 mil delegados participaron en el encuentro que destacó, como ya es habitual en el movimiento, por su sólida organización, asentada en la disciplina y el trabajo colectivo, pero también por el colorido, la mística que se desplegó a lo largo de todo el evento en canciones, representaciones y performances que dieron el toque emotivo que se ha convertido en seña de identidad de la organización campesina. Un enorme campamento autogestionado con todos los servicios a cargo del movimiento, albergó a los delegados.
 
Antes de finalizar el sexto Congreso, los delegados marcharon hasta el Palacio de Planalto donde se registraron enfrentamientos con la policía. Una nutrida delegación fue recibida por Dilma Rousseff el jueves 13. Ante la amplia lista de demandas insatisfechas presentada por los sin tierra, quienes acusan a su gobierno de haber asentado el menor número de campesinos desde el fin de la dictadura, la presidenta respondió con un lacónico: “Pasen todas las informaciones que puedan sobre lo que se está haciendo mal que haremos cambios”.
 
Fue la primera vez que Rousseff recibía a los sin tierra, quienes se quejaron de que fueron recibidos varias veces por Lula y también por el conservador Fernando Henrique Cardoso. Tres días después, en su programa semanal de radio “Café con la presidenta”, Rousseff se mostró feliz de que Brasil se convertirá este año en el mayor productor mundial de soja, con una cosecha récord estimada de 90 millones de toneladas, con lo que desplazaría a Estados Unidos.
 
Siguió: “La cosecha récord 2013-2014 es el resultado del esfuerzo conjunto de nuestros productores, del desarrollo de nuevas tecnologías para el campo y también del apoyo dado por los programas del gobierno a los agricultores del país” (Xinghua, 17 de febrero de 2014). Resaltó que para poder guardar toda la cosecha su gobierno ha liberado para los próximos cinco años una línea de créditos por unos 10.400 millones de dólares para la construcción de silos. Justo lo contrario de lo que demandan los sin tierra, para quienes el agronegocio es su principal problema.
 
Encrucijada histórica
 
Durante poco más de un año los sin tierra debatieron un balance de su situación a treinta años de creado el movimiento, detectaron los principales problemas que enfrenta y trazaron líneas de acción para superarlos. Edgar Jorge Kolling, pedagogo y miembro del sector de educación del movimiento, destaca en un trabajo preparatorio del congreso titulado “Reinventar el MST para que siga siendo el MST”, que “nuestro movimiento experimenta una de las mayores encrucijadas de su historia: la reforma agraria está bloqueada” (MST, 21 de octubre de 2013).
 
Kolling hace una lectura muy ajustada de la realidad política brasileña y del papel que juega el MST. Asegura que la reforma agraria salió de la agenda política y que el agronegocio avanza a pasos de gigante con apoyos millonarios del gobierno. En tanto, la opinión pública influenciada por los grandes medios “está satisfecha o conforme con este modelo” y no comprende que están en disputa dos proyectos para el campo: el agronegocio y la agricultura campesina.
 
El análisis de la situación del movimiento es sumamente incisivo y no hace concesiones: “Las familias sin tierra dispuestas a luchar por la tierra ya son pocas, especialmente en el centro-sur de Brasil. En las regiones del nordeste y norte, donde se concentra la mayoría de esas familias, la lucha tierra aún tiene cierto aliento, aunque también ha disminuido en los últimos años”.
 
El análisis es trascendente porque es precisamente en las regiones donde nació el movimiento donde ahora presenta sus mayores flaquezas. A la hora de mirar hacia dentro, Kolling destacó que “percibimos una gran distancia entre la definición política por la Reforma Agraria Popular y su implementación por las familias asentadas. No son pocos los asentados que priorizan los monocultivo, plantan semillas transgénicas, usan agrotóxicos, en fin, reproducen el paquete perverso del agronegocio que el MST combate”.
 
Por el contrario, las familias asentadas que producen en forma agroecológica son una minoría, mientras el movimiento no se empeña todo lo necesario en promover en los asentamientos una matriz tecnológica diferente, según el dirigente. Por eso propuso “colocar los asentamientos en el centro de la acción del MST y construirlos como un ejemplo de organización de la producción y del trabajo, de coherencia en la elección de la matriz productiva y tecnológica”.
 
Los asentamientos, unos 1.500 en todo el país, deberían ser lugares donde se viva bien, en equilibrio con la naturaleza y la comunidad. “Que sirvan de ejemplo en la disputa por la hegemonía en los más de mil municipios en que estamos presentes”, apunta Kolling.
 
Se trata de un viraje respecto a lo que fue el movimiento en sus tres primeras décadas. Una lectura realista y valiente, aunque incómoda. Lo que revela que el movimiento está vivo, o sea, tiene voluntad para superarse y no acomodarse a la situación. Sobre todo porque incluso entre los asentados predomina una visión positiva del agronegocio, que está ganando la batalla por la tierra. En 2011, el primer gobierno de Dilma, fueron asentadas apenas 22 mil familias, el número más bajo de los últimos 20 años.
 
Para modificar esa relación de fuerzas, el MST propone “beber del propio pozo”, como dice una máxima de la teología de la liberación que jugó un papel destacado en el nacimiento del movimiento. Por eso, hacia fines de 2011 desencadenaron un proceso colectivo de debates que fue canalizado hacia el Congreso, a través de encuentros, seminarios, cursos, reuniones de trabajo, involucrando a miles de campesinos.
 
Los resultados pueden ser enriquecedores y pretenden proyectar al movimiento por otros 30 años: “Tomar medidas para hacer cambios en la estructura organizativa, en las formas de lucha, en los métodos de dirección, identificar nuestros límites, avances y desafíos”, apunta el pedagogo sin tierra.
 
El viraje es mayúsculo. El movimiento nació ocupando tierras ociosas de los terratenientes, resistiendo en ellas y bregando por convertirlas en espacios para vivir. De ahí la consigna “Ocupar, resistir, producir” que enarboló desde sus primeros encuentros. En ese largo período una de las señas de identidad, como lo recuerdan las fotos de Sebastián Salgado, era el momento de la ocupación, cuando hoz en mano y rostros concentrados los campesinos derribaban las cercas y entraban en las haciendas.
 
Los campamentos de plásticos negros a la vera de las carreteras, donde vivían durante años para movilizarse y conseguir la expropiación de latifundios, anunciaban a los viajeros que allí se luchaba por la tierra.
 
“Ya no alcanza con expropiar al latifundio improductivo y repartir la tierra a las familias”, razona Cedenir de Oliveira, de la Coordinación Nacional del MST. Aquella reforma agraria fue sobrepasada por la nueva realidad.
 
Ahora se trata de que el movimiento “sea portador de un modelo de agricultura centrado en la producción agroecológica de alimentos, en un sistema de cooperación agrícola y asociado a pequeñas agroindustrias, que respete el medio ambiente y garantice la salud de los productores y consumidores de productos agrícolas, y a la vez que contribuya en la conquista de la soberanía alimentaria del país”.
 
Para dar ese paso el movimiento debe “dialogar con la sociedad”, asociarse con la población de los pequeños municipios rurales, la más afectada por las fumigaciones y la falta de trabajo que provoca la mecanización, que los sigue expulsado hacia las periferias urbanas.
 
De eso se trata, básicamente, el nuevo programa del MST que denominan  Reforma Agraria Popular. Es la misma lógica de siempre, pero adaptada a la imparable expansión del agronegocio: gigantescas inversiones de bancos y multinacionales que provocaron un aumento geométrico del precio de la tierra, lo que hace inviable las expropiaciones por parte del Estado. Esas inversiones se direccionaron hacia monocultivos como soja, caña de azúcar y eucaliptus, en detrimento de los cultivos alimenticios, para producir raciones, combustibles y papel.
 
“Con su poder económico el agronegocio impone esa producción de monocultivo a toda la sociedad, presionando para que los bancos liberen más créditos para esos cultivos que para los productos que no son negociados en las bolsas de valores internacionales”, razona Miguel Stédile, miembro de la Dirección Nacional. Esa es la razón por la que el área agrícola destinada a los alimentos disminuye todos los años. Buena parte del arroz y del frijol que constituyen el plato tradicional de los brasileños, son ahora importados de México y China porque las parcelas que los producían fueron desplazadas por el agronegocio.
 
De ahí que el movimiento esté empeñado en concretar el diálogo y la alianza con la sociedad en torno a la soberanía alimentaria. Producción diversificada y agroecología, sumadas a las infraestructuras sociales en el campo (escuelas, rutas, puestos de saludos, espacios de ocio y entretenimiento), son la parte esencial del nuevo programa con el que el MST espera ganar aliados, en especial en las ciudades.
 
Este viraje viene impuesto, además de las razones de fondo debatidas en el Congreso, por cambios más sutiles pero no menos problemáticos para el futuro del movimiento. A fines del año pasado el gobierno federal libró la Medida Provisoria 636, que incluye una disposición que puede acabar con las conquistas de 30 años de lucha por la tierra.
 
Según esa disposición, la tierra de los asentados por la reforma agraria que hasta ahora son públicas con derecho al usufructo por las familias, serán tituladas como propiedad privada con lo que estarán en condiciones de vender su parcela. Es un proyecto que ya fue promovido hace dos décadas por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso y que las dos gestiones de Lula no pudieron concretar.
 
“El argumento es que al conceder el título de propiedad el agricultor dejaría de ser dependiente del gobierno y de las políticas públicas”, explica Débora Nunes de la Coordinación Nacional (MST, 18 de febrero de 2014). Muchas familias desean tener un título de propiedad pero en realidad el problema se podría resolver con un título de concesión del uso de la tierra que incluye el derecho a la herencia pero no a la venta. “La venta de las tierras de reforma agraria permite un aumento de la concentración de la tierra”, dice Nunes.
 
 
Caminos por construir
 
En 30 años esta fue la primera ocasión en la que el Congreso del MST incluyó una mesa de debates sobre la participación de las mujeres. Según Nivia Regina, de la Coordinación Nacional, el MST va comprendiendo que “la lucha de las mujeres es una condición esencial para la transformación de la sociedad”. El primer paso, en su opinión, es superar una idea asentada en la historia de las luchas campesinas de que el lugar de las mujeres consiste en ser simplemente amantes de los luchadores.
 
Según Conceição Dantas, de la Marcha Mundial de las Mujeres, la falta de reconocimiento se debe al estrecho vínculo entre capitalismo y patriarcado, ya que aquel se beneficia de la división sexual del trabajo que coloca a las mujeres en los oficios menos valorados. “Un buen ejemplo es el trabajo de selección de frutas,  en el que las mujeres son obligadas a usar pañales porque no pueden ausentarse ni para ir al baño”, dijo Adriana Mezadri, del Movimiento de Mujeres Campesinas (MST, 13 de febrero de 2014).
 
Este es apenas uno de los debates que atraviesan al MST. Antes incluso del Congreso el movimiento entró de lleno en el debate político actual en un año electoral donde habrá manifestaciones durante el Mundial, ya que el 75 por ciento de los brasileños están en contra de las inversiones que se realizaron para megaobras (Exame, 18 de febrero de 2014).
 
Joao Pedro Stédile, coordinador del movimiento y principal figura pública, reconoce que no hay reforma agraria ni nuevos asentamientos. Asegura que lo que hace falta es “cambios en el régimen político que no representa a nadie”, además de cambios económicos (Brasil de Fato, 4 de febrero de 2014). Se mostró favorablemente sorprendido por la emergencia de un nuevo movimiento juvenil en las manifestaciones de junio de 2013, ya que “reinstalaron la política en las calles”. Todo el movimiento alienta la movilización social y participa en un frente social con la Central Única de Trabajadores.
 
Pero no desea que haya protestas durante el Mundial. “Prefiero que las movilizaciones comiencen después, porque durante el Mundial van a confundir a la gente, que quiere el Mundial, y pueden reducir las manifestaciones a protestas contra lo gastado en obras”. En este punto, Stédile coincide con el gobierno del PT, partido al que pertenece. Aún así, está convencido que “los verdaderos cambios no dependen más del calendario electoral, sino de la capacidad de los trabajadores de construir un programa unitario”.
 
Como en toda gran organización, hay sensibilidades diversas aunque no existen corrientes organizadas. En muchos sentidos, el MST es un ejemplo de disciplina y, muy en particular, de capacidad de formación y estudio de sus militantes. “No es que la demanda por reforma agraria haya disminuido sino que ahora gran parte de los trabajadores tienen la posibilidad de conseguir empleos, y ya no se quedan en un campamento como en la década de 1990”, reflexiona Gilmar Mauro.
 
Mira los problemas de frente. “Me gustaría que tuviésemos fuerza para hacer una reforma agraria por nuestra cuenta, pero es irreal. Entones el MST tiene que luchar y negociar”, reflexiona. Está convencido de que tanto el MST como las demás asociaciones de trabajadores deben buscar otras formas de organizarse porque no llegan al conjunto de los trabajadores.
 
“El desafío es construir organizaciones de otro tipo. Este formato organizativo del MST es una especie de camisa apretada para un niño que creció bastante, que ya le crea dificultades para moverse. Necesitamos volver a hacer la camisa”. Cree que “el desafío es construir organizaciones más horizontales, más participativas”. A los jóvenes, les dice: “Cambien todo, giren la mesa, construyan nuevas formas, experimenten”. Así nació el movimiento.
 

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