Archivos Mensuales: diciembre 2013

Libro de Piotr Kropotkin «La conquista del pan»

«La conquista del pan es, posiblemente, el título más conocido y celebrado de los publicados por Piotr Kropotkin, el «Príncipe anarquista», traducido y divulgado por todo el mundo desde su primera aparición, en París, en 1892. En él se sientan las bases del comunismo libertario que habría de imponerse, con el tiempo, como la fórmula a desarrollar por los anarquistas de todo el mundo, superando las propuestas colectivistas no solo de Bakunin sino también de muchos «socialistas autoritarios». Kropotkin analiza aquí las revoluciones habidas hasta entonces, concluye que es el pan -la viabilidad material- lo imprescindible para el éxito revolucionario y para instalar definitivamente el verdadero comunismo, y que solo una revolución total, apoyada en el ciencia y la ayuda mutua, logrará ese ideal que sabe perfectamente posible aquí y ahora» Presentación escrita por la librería y editorial libertaria La Malatesta.

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Economía social y anarquismo

por Do Carolina

Existen en muchos rincones del mundo dignos y rebeldes ejemplos de resistencias a la economía capitalista, ya sean grupos, organizaciones, colectivos, redes, etc., que hacen trueques, gratiferias, monedas sociales y demás alternativas económicas con el fin de contribuir a la construcción de otro planeta más humano.

Una de las monedas sociales relativamente nuevas en México es el Túmin.
 
“Rebeldía económica y popular, el billete que está creando conciencia. Los habitantes del municipio de Espinal, un pequeño pueblo de la sierra veracruzana, México, están utilizando el Túmin, una moneda que se inventaron y que se basa en el sistema de trueque. Sus billetes salieron en noviembre de 2010 y ahora el Banco de Méxicolos acusa de rebeldía monetaria mientras que laProcuraduría ya investiga a estos osados que se atrevieron a desafiar al peso”.
 
ECONOMÍA SOCIAL SOLIDARIA
 
La Economía Social Solidaria y sus redes productivas pretende explicar el funcionamiento de una manera o tipo de economía: Producción, distribución, intercambio, consumo, ahorro y reinversión de excedentes; lo cual partiendo del contexto local pueda establecer un entramado de redes mediante las cuales se pueda materializar las esferas antes indicadas de este tipo o forma de economía.
 
La Economía Social Solidaria, los tipos de empresas y las nuevas relaciones sociales de producción y distribución están soportadas por un conjunto de principios; tales como: la solidaridad, la complementariedad, la cooperación, la equidad, la igualdad, principios que le dan el molde perfecto en la construcción de un nuevo modelo productivo y de construcción de hombre/mujer y sociedad nuevos donde se rompa con la relación histórica capital-trabajo para invertir esta formula y lograr la emancipación del trabajo y colocar su creatividad en función de la liberación del mismo y no de su propia opresión.
 
Será fundamental en su construcción la superación de la creación de valores cambio para ser valores de uso y la producción en función de la satisfacción de las necesidades humanas y no del mercado.
 
MERCADO SOCIAL
 
Es una red de producción, distribución y consumo de bienes y servicios y aprendizaje común que funciona con criterios éticos, democráticos, ecológicos y solidarios, en un territorio determinado, constituida tanto por empresas y entidades de la economía solidaria y social como por consumidores/as individuales y colectivos.
 
ECONOMÍA ANARQUISTA
 
En economía el sistema impulsado por el anarquismo, como en tantas otras cuestiones, no defiende ningún modelo en particular, aspira a que los individuos, sus comunas y sus asociaciones, en acuerdo libre, seleccionen la organización económica que más los favorece en vista de sus propios intereses. Entonces las tendencias anarquistas en economía, en todas sus variantes o corrientes, son antiautoritarias y voluntaristas.
 
Así, con respecto a la relación y organización económica según el anarquismo, el único concepto común identificable es el de autoorganización: una red autónoma de producción y distribución sin mando central; esto se puede interpretar como interacción libre o como coordinación libre, según el caso. Varios autores libertarios han realizado análisis y postulado tesis sobre la economía. Se trata de un conjunto muy heterogéneo de pensadores y proyectos. Los anarquistas, puesto que son antiautoritarios sostienen que cada persona o grupo humano deberá escoger un modelo económico voluntario.
 
CORRIENTES ECONÓMICAS ANARQUISTAS
 
MUTUALISMO
 
El mutualismo (del latín ‘mutuum‘, mutuo o intercambio) surge con las ideas del francés Pierre-Joseph Proudhon (1809–1865), que imaginaba una sociedad en la cual cada persona pudiera poseer los medios de producción, individual o colectivamente, el intercambio de bienes y productos se produciría a través de una forma ética de negociación o regateo, en la que cada parte buscaría tan solo un equivalente de lo que ofrecerían. Ha sido contemplado por algunos autores como un punto intermedio entre las versiones individualistas y comunistas del anarquismo. Proudhon afirmó que la propiedad es un robo, entendiendo como “propiedad” el mal uso o abuso de objetos en el sentido de explotación, mientras que entendía la “posesión” como el uso legítimo de un objeto. Proudhon se opuso tanto a la propiedad capitalista como a la colectiva, porque siempre “abusa” y “roba” de los individuos. Su principio consiste en que cada persona debe poseer sus medios de producción (herramientas, tierra, etc.) ya sea individual o colectivamente, pero debe ser remunerado por su labor, eliminado el provecho y la renta, lo que asegura un alto grado de igualdad.
 
COLECTIVISMO
 
El colectivismo se convirtió en una corriente dominante del movimiento anarquista bajo la influencia del revolucionario ruso Mijaíl Bakunin, que abandonó la atención por los campesinos y artesanos, con miras a un futuro en el que el trabajo organizado hubiera expropiado al capital, y cada grupo de trabajadores administrara sus propios medios de producción. El colectivismo proponía la propiedad colectiva de la tierra, las materias primas y los instrumentos de trabajo, y la apropiación del producto integral del trabajo por los trabajadores, deducido el costo. La distribución de las ganancias se realizarían por decisión colectiva, pero se asumía que la retribución sería proporcional al trabajo realizado. Para el colectivismo la propiedad de los medios de producción, distribución y cambio debe ser social (eliminado la propiedad privada) y administrada colectivamente por los propios trabajadores reunidos en pequeñas asociaciones por afinidad mientras que cada uno de ellos produce según su voluntad (o según lo acordado) y cada uno debe recibir el producto íntegro de su trabajo según su mérito individual. A diferencia del comunismo anarquista, el colectivismo no propugna la abolición del salario como forma de retribución del trabajo. Estas asociaciones a su vez estarían confederadas a través del principio federativo. Pero este sistema federal debe dejar, según los colectivistas, autonomía a las asociaciones que autogestionan los medios de producción. Además de Mijaíl Bakunin (quien enunció sus principos), otros colectivistas de renombre fueron Johann MostJames Guillaume o Ricardo Mella.
 
COMUNISMO ANARQUISTA
 
Piotr Kropotkin fue uno de los más importantes teóricos del comunismo anarquista,entendía que la cooperación es la clave del éxito evolutivo, y que los seres humanos eran la especie de mayor éxito por su capacidad de cooperar efectivamente; de ese modo, creía que el último estadio evolutivo en las sociedades humanas era una vida social donde la competición no existiría y la gente cooperaría en igualdad de términos, libre y naturalmente. En su libro Palabras de un rebelde (1885), llamó a la abolición de la propiedad privada a través de la “expropiación del total de la riqueza social” por el pueblo mismo. En La conquista del pan (1888), planteaba que la ruptura con la propiedad privada conduciría a la anarquía; «La anarquía conduce al comunismo, y el comunismo a la anarquía, y una y otro no son más que la tendencia predominante en las sociedades modernas, la búsqueda de la igualdad.» Kropotkin argumentaba que no hay ninguna forma válida o hay poco margen para medir el valor de la contribución económica de una persona, debido a que «Cada descubrimiento, cada progreso, cada aumento de la riqueza de la humanidad, tiene su origen en la conjunción del trabajo manual e intelectual del pasado y del presente. Entonces, ¿con qué derecho alguien se apropia de la menor parcela de ese inmenso todo y dice: “Esto es sólo mío y no de todos”?» también abogaba porque la economía se coordinara a través de una red horizontal de asociaciones voluntarias, en la cual los bienes serían distribuidos de acuerdo a las necesidades del individuo, en vez de en función del trabajo. Por ejemplo, uno no puede medir el valor de la contribución de la producción diaria de un trabajador de fábrica sin tomar en cuenta factores como la transportación, la comida, el agua, la vivienda, la relajación, la eficiencia de las máquinas, el estado emocional, etc., que también contribuyeron a la producción. Así, para verdaderamente dar valor económico numérico a algo, una inmensidad de cantidad de externalidades y factores contribuyentes deberían ser tomados en cuenta -especialmente el trabajo actual y pasado, así como las técnicas y herramientas creadas en el pasado para así poder utilizar en el trabajo, tanto actual como futuro. En este sentido el anarcocomunismo tiende a rechazar la teoría del valor-trabajo original del liberalismo clásico (y luego rechazada por este en pos de la teoría del valor subjetivo) y defendida actualmente en buena parte por el socialismo y el marxismo. Los individuos y comunidades dispondrían del uso y control de cualquiera de los recursos que necesitasen, «dejando a cada uno la libertad de consumirlos como ellos lo deseen en sus propias casas».
 
The acumulation of freedom. Writtings on Anarquist Economics” es un libro bastante interesante y necesario, es una reflexión del ámbito libertario, que va más allá del panfleto coyuntural, el recurso tópico y canónico a los clásicos, o la mera radicalización de propuestas neokeynesianas.
 
Los editores del libro plantean en su artículo inicial los elementos que a su juicio deberían integrar cualquier enfoque económico anarquista.
 
El libro incluye un epílogo donde se expone la teoría de la economía participativa (o “parecon”), y un post-scriptum de los editores escrito a finales de 2011, en el que realizan un breve repaso de los diferentes movimientos de protesta social desarrollados desde el estallido de la crisis tanto en los países árabes como en los occidentales.
 
Otro elemento a destacar es la combinación de la revisión crítica de los pensadores clásicos con la reflexión sobre el capitalismo actual y –lo que es un aspecto particularmente atractivo- con el análisis de distintas experiencias de autogestión (históricas y contemporáneas).
 
 

Receta para saquear un país

por La Revuelta

Video que explica cómo se instaló el modelo neoliberal en Chile y cómo sigue afectando nuestras vidas en la actualidad.

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Igualdad: la receta de Islandia para ser el país más seguro del mundo

La Policía en Islandia informó que el lunes mató a un hombre que disparaba desde su apartamento en el suburbio de Arbaer, en la capital del país, Reikiavik. Se trata de la primera vez que esta fuerza mata a una persona en un operativo llevado a cabo por agentes armados.

Islandia, que tiene una población de 320.000 habitantes, tiene un bajo índice de criminalidad. La policía regular no porta ningún tipo de arma de fuego.

Andrew Clark, un estudiante de derecho estadounidense, se pregunta cuál es el secreto en el siguiente texto escrito para la BBC:

Aunque crecí en Nueva Inglaterra, en el noreste de Estados Unidos, había algo nuevo para mí al ver las ventiscas islandesas. Era algo paralizante, con rachas de viento épicas que hacían que los copos de nieve parecieran cuchillas.

Cuando dejé mis maletas en el suelo nevado de Reikiavik, se me acercó un hombre mayor en un Jeep. «¿Quieres subir?», me preguntó. Me pareció una locura. ¿Quién va a subir al auto de un desconocido?

Pero pese a todo lo que siempre me dijeron sobre subir a vehículos con extraños, entré a la parte trasera. Y sabía que no me iba a pasar nada malo. Después de todo, estaba en Islandia. Me quedaría por una semana para estudiar los bajos índices de criminalidad del país y ese era mi segundo viaje a ese frío lugar del norte de Europa en seis meses.

He pasado los tres últimos años en la Universidad de Leyes de Suffolk, en Boston, estudiando derecho internacional. Antes de mi primera visita a Reikiavik, en agosto de 2012, ya tenía el tema para mi tesis: haría un estudio sobre la Convención de Ginebra para la ciberguerra.

Pero esa semana en Islandia cambió mis perspectivas. Estaba placenteramente desconcertado por lo que vi. ¿Cuál es el secreto? Los crímenes violentos eran prácticamente inexistentes. La gente parecía relajada con el tema de su seguridad y las de sus hijos hasta el punto de que los padres dejaban a los niños solos en la calle.

Pasé temporadas en Noruega, Suiza y Dinamarca, pero ahora esos países me parecían plagados de crímenes en comparación con Islandia. 

De vuelta a Estados Unidos, cambié el tema de mi tesis. Quería saber cuál era el secreto de Islandia. Francamente, no hay una respuesta perfecta para explicar por qué el país tiene los menores índices de criminalidad del mundo.

Según el informe global de homicidios de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, en inglés), la tasa de homicidios en Islandia en la década entre 1999 y 2009 ningún año subió por encima de 1,8 por cada 100.000 habitantes. Por su parte, en ese mismo período Estados Unidos tiene una tasa de homicidios de entre 5 y 5,8 anuales por cada 100.000 habitantes.

Poca diferencia de clases

Después de reuniones con profesores, autoridades, abogados, periodistas y otros ciudadanos, los factores que contribuyen al éxito empezaron a resultar claros, aunque es imposible determinar en qué medida contribuye cada uno.

En primer lugar, casi no hay diferencia entre la clase alta, la media y la baja en Islandia. Con eso, la tensión económica entre clases es inexistente, algo raro en otros países.

Un trabajo de un estudiante de la Universidad de Missouri que analizó el sistema de clases islandés encontró que sólo el 1,1 por ciento de los participantes en el mismo se describían como miembros de la clase alta, mientras que el 1,5 por ciento se encasillaban en la clase baja. El 97 por ciento restante se identificaban como la clase media o trabajadora.

En una de mis tres visitas al parlamento islandés me reuní con Bjorgvin Sigurdsson, ex presidente del grupo parlamentario de la Alianza Socialdemócrata. Para él y para muchos de los islandeses con los que hablé, la igualdad era la principal causa detrás de la casi ausencia de crimen.

«Aquí los hijos de los magnates van al mismo colegio que el resto de los niños«, explica Sigurdsson al señalar que el sistema de servicios públicos y educación promueve la igualdad.

Muchas armas

Los pocos crímenes que suceden en el país no suelen involucrar armas de fuego pese a que los islandeses tienen muchas. La página web GunPolicy.org estima que aproximadamente hay 90.000 armas en un país con poco más de 300.000 personas. Eso hace que Islandia figure en el puesto número 15 en el ránking mundial de posesión legal de armas per cápita

Sin embargo, adquirir un arma no es fácil y el proceso para ello incluye un examen médico y una prueba escrita.

La policía tampoco está armada. Los únicos agentes que pueden portar armas de fuego son una fuerza especial llamada «Escuadrón Vikingo» que actúa en muy pocas ocasiones.

Además, en términos comparativos, hay pocas drogas duras en Islandia. Según un informe de la UNODC de 2012, el consumo de cocaína por parte de los ciudadanos de entre 15 y 64 años estaba en 0,9 por ciento, el de éxtasis en 0,5 por ciento y el de anfetaminas en 0,7 por ciento.

También hay una tradición en Islandia de denunciar los crímenes ante cualquier indicio o frenarlos en sus primeras fases antes de que la situación empeore.

Por ejemplo, ahora la policía está tratando de atajar el crimen organizado, mientras los miembros del parlamento islandés están tramitando leyes que ayudarán a desmantelar esas redes.

Cuando las drogas parecían ser un problema en aumento en el país, el parlamento estableció una policía antidrogas independiente y una corte especial para casos de drogas.

Eso fue en 1973. En los diez primeros años de la corte, aproximadamente el 90% de los casos se arreglaron con una multa.

Estos son los secretos de Islandia que, aparentemente e idealmente, podrían dar orientaciones a otros países que buscan soluciones a sus problemas de delincuencia.

Por eso, mientras me subía al Jeep de aquel hombre esa mañana, cuando me sonrió y me preguntó si necesitaba ayuda con las maletas, aunque no sabía nada de él, me sentí seguro.

Homicidios en 2009 

  • Brasil:43.909
  • Dinamarca:47
  • Islandia: 1
  • Reino Unido:724
  • EE.UU.: 15.241

(Fuente: ONU)

http://www.cooperativa.cl/noticias/mundo/europa/islandia/igualdad-la-receta-de-islandia-para-ser-el-pais-mas-seguro-del-mundo/2013-12-03/093111.html

Democracia económica y cooperativismo

por Moisés López para Alba Sud

El fomento del cooperativismo es clave para la expansión de la democracia y la justicia en el ámbito económico. Potenciar el cooperativismo implica democratizar la empresa y equilibrar el desmesurado poder de las grandes corporaciones sobre el resto de la sociedad.

La empresa como dictadura

Cualquier intento verdadero de hacer más libre al ser humano pasará por democratizar la esfera de la producción y, por tanto, de las relaciones entre trabajo y capital, o lo que algunos denominan relaciones laborales y otros lucha de clases.

En el capitalismo los individuos que no disponen de capital suficiente para subsistir con independencia, deben vender su fuerza de trabajo a los que quieren contratarlos. Este hecho convierte a los seres humanos sin capital (la mayoría) en mercancías.

De esta modo, en el capitalismo, haciendo un ejercicio de simplificación, podemos distinguir, desde el punto de vista de la producción, dos grandes grupos de personas: aquellos que poseen los medios de producción (sean fábricas, hoteles o supermercados) y los que no disponen de estos medios y deben someterse a los primeros. Un tercer elemento en la ecuación es el Estado, que es la fuente pública del empleo necesaria para que el sistema se reproduzca y amplíe, facilitando los servicios básicos y las infraestructuras necesarias que los dueños del capital necesitan para la su expansión.

Las democracias representativas han permitido la participación de estas mayorías, de forma limitada, en el ámbito político, a través del voto periódico. Sin embargo, cada día, los miles de millones de asalariados que tienen que alquilar su fuerza de trabajo viven, con suerte, ocho hora diarias, sometidos a una dictadura: la de la empresa.

La empresa es la forma básica de organización del ámbito productivo en el capitalismo. Si bien convive con formas de organización del trabajo en principio más libres (como los autónomos, los artesanos, las unidades agrícolas familiares o las cooperativas), son subalternas a las primeras.

La empresa capitalista es una estructura altamente jerarquizada donde cada parte de la organización, excepto uno, está subordinada a una entidad única e inmediatamente superior. Es el mismo modelo jerárquico que encontramos en otros sistemas económicos en la historia de la humanidad (el esclavismo o el feudalismo), los gobiernos, los ejércitos y las iglesias.

El poder de una persona dentro de la empresa capitalista (y por tanto, el ingreso económico y el estatus social) está directamente vinculado con su posición en la estructura jerárquica. Los trabajadores menos cualificados, y por tanto, más prescindibles para la empresa ocupan, de hecho, la base de esta pirámide social. En la cúspide están los directivos, de los que emanan las órdenes que deben acatarse (o quedar fuera de la empresa), y, por encima de ellos, la cúpula directiva y los accionistas, es decir, los dueños del capital de la empresa, estén vinculados directamente a la producción o simplemente usufructuando las rentas del proceso de producción.

La explotación de los trabajadores no se da sólo en el ámbito de la producción. Como consumidor de bienes y servicios, vendidos por grandes oligopolios comerciales, la renta del trabajo es sometida al expolio por la vía de los precios y la calidad de lo que consume. Pero es en el lugar de trabajo donde la imposición del modelo autoritario y alienante se hace más patente.

La jerarquización de las empresas

El capitalismo ha evolucionado mucho desde sus orígenes. A mitad del siglo XX, los grandes estados del norte desarrollado e industrial (y algunos estados de países en desarrollo) incentivaron la creación de grandes consorcios empresariales con un control monopólico y oligopólico de los mercados, los conocimientos y los recursos naturales. Esto permitió su crecimiento desmesurado, hasta superar en poder a los mismos estados que los habían promovido. Estas empresas, que llamamos transnacionales, multinacionales o corporaciones, salieron de la esfera de influencia de los mismos estados de origen, saltaron sus fronteras e impusieron al mundo un nuevo orden organizativo, aún más jerarquizado, el que hoy conocemos.

Ya en el año 2005, si se analiza el patrimonio de las 100 instituciones públicas y privadas más ricas del mundo, 51 eran empresas multinacionales y 49 estados nacionales. Un estudio reciente ha analizado la red global que conforman las transnacionales y ha concluido que las 43.060 mayores transnacionales analizadas pertenecen en un 80% a 737 mega-multinacionales, y que el 40% del valor de todas las transnacionales del mundo está controlado por un pequeño núcleo de 147 transnacionales, de las cuales tres cuartas partes son entidades financieras. Nunca en la historia de la humanidad el poder ha sido tan concentrado a escala global.

Estas empresas multinacionales han logrado establecer una nueva división internacional del trabajo, deslocalizando la producción a lugares donde la mano de obra, las leyes ambientales o los impuestos hacen más rentable su negocio. Han conseguido incluso que los obreros, los que están en la base de la pirámide jerárquica, compitan con otros compañeros suyos, obreros de la misma empresa pero situados en países con menos derechos laborales.

Al controlar los mercados, los precios de materias primas y los gobiernos, las transnacionales consiguen convertir las pequeñas empresas, los autónomos o las cooperativas en sus subalternos y proveedores de suministros (aunque sin la necesidad de ser sus propietarias) y obligar a los estados a firmar tratados de libre comercio o privatizar sus bienes públicos.

Al hacerse más y más compleja la integración mundial de la producción, con la expansión de las cadenas internacionales de subcontratación de suministros y aprovisionamientos, aumenta el poder de las grandes empresas de dictar las condiciones en que se realiza el trabajo, y los permite evadir su responsabilidad en relación a los trabajadores/as, las comunidades locales y las sociedades.

La dinámica capitalista ha convertido a los grandes bancos privados en los verdaderos dueños de la economía mundial, y nos ha convertido en la mayoría en la parte más débil y prescindible de una estructura jerárquica y dictatorial: la empresa capitalista.

Por lo tanto, hablar de democracia, implica hablar de democratizar la empresa, es decir, implica cambiar la estructura jerárquica y de poder dentro de la empresa. Y supone, también, equilibrar el desmesurado poder de las grandes empresas sobre el resto de la sociedad. Pensar en un nuevo marco de relaciones laborales justas pasa así por enfrentar este reto.

La «taylorización» y la «toyotización»: del trabajador prescindible al trabajador corporativizado

Frederick Taylor, a inicios del siglo XX, diseñó una teoría revolucionaria en la organización empresarial. Mediante la división de una tarea compleja (que necesitaba trabajadores muy cualificados o con mucha experiencia) en pequeñas partes secuenciales y mecánicas (que podría hacer cualquier persona con un mínimo de entrenamiento) abolió el poder de los trabajadores de controlar el proceso productivo. Si un trabajador experimentado se negaba a cumplir una determinada tarea, la empresa podría contratar a un grupo de personas sin entrenamiento e integrarla fácilmente en la fábrica, sustituyendo al trabajador rebelde.

El actual taylorismo digital implica la sustitución del trabajo de expertos por «sistemas expertos” informáticos o por protocolos predeterminados que hacen más fácil la exportación del puesto de trabajo del personal más cualificado a países con salarios más bajos. Un ejemplo claro son los llamados «call centers», para la atención telefónica a clientes de grandes empresas.

Cuando el modelo económico capitalista topó con las crisis de sobreproducción, surgieron otros modelos organizativos. El «toyotismo«, inspirado en la manera de organizar el trabajo en la empresa automovilística japonesa Toyota, implicaba, en contraste con el «taylorismo», la automatización, el «just-in-time» (justo a tiempo), el trabajo en cuadrilla, el «management-by-stress» (gestionar por estímulos), la flexibilidad del trabajador, la subcontratación y el «management participation» (la gestión participativa).

La subcontratación permitía enviar a fabricar partes pequeñas empresas, donde no hay sindicatos. Cuando la gran empresa exige a los subcontratistas continuas bajas de precios, la pequeña empresa lo hace recaer en la espalda de sus trabajadores mediante más explotación.

Según Gounet «con el management participativo el obrero se vuelve de alguna manera un pequeño gerente, es el responsable de la buena marcha de la producción de la cuadrilla y el que lucha para que se cumplan los objetivos fijados por el grupo. De esta forma tiene tendencia a olvidar que es un obrero. Se vuelve solidario con su patrón (…). El management participativo procede de una fascistización de las relaciones sociales en las empresas. Se apoya sobre una transformación de la conciencia de los trabajadores en pequeños gerentes, pero también sobre un cambio del sindicato en correa de transmisión de los objetivos patronales hacia los trabajadores».

Estas dos tendencias conviven hoy en el mundo de las empresas. Las que aplican el «toyotismo» e involucran a los trabajadores en las decisiones no lo hacen para darle más poder, sino para mejorar la eficiencia y hacer que el trabajador tenga como propios los mismos objetivos que los dueños.

El cooperativismo como herramienta de democratización

El cooperativismo moderno surge durante la Revolución Industrial en Europa bajo la inspiración de los socialistas utópicos del siglo XIX (Owen, Saint-Simon, Fourier), que propugnaban la posibilidad de construir comunidades productivas, organizadas según principios democráticos y de equidad.

Una de las primeras experiencias prácticas exitosas de aplicación de estos ideales de democratización fue la Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale (Rochdale Equitable Pioneers Society) fundada en 1844 en Rochdale, Inglaterra. 27 hombres y una mujer, obreros y parados de la industria textil, crearon una cooperativa de consumo para adquirir alimentos más baratos. Copiando de una institución de Manchester, la Sociedad de Socorro para Casos de Enfermedades y de Sepelio, las disposiciones que más se amoldaban a sus propósitos, introduciendo las modificaciones y añadidos convenientes, crearon una forma de organización económica que debía inscribirse en el marco de unos principios: los de la libre adhesión y libre retiro de los asociados, el control democrático de las decisiones, la neutralidad política, radical y religiosa; las ventas al contado, la devolución de excedentes los socios; el interés limitado sobre el capital y la educación continua. Conocidos como los «Principios de Rochdale” fueron asumidos por las modernas cooperativas en todo el mundo, aunque han evolucionado con el tiempo.

Actualmente, los principios cooperativos, según la Alianza Cooperativa Internacional (ACI), que toda organización cooperativa debe cumplir son:

1ª Adhesión voluntaria. Las cooperativas son organizaciones voluntarias. Son las socias y socios los que toman la decisión de formar parte. La cooperativa está abierta a todas las personas que pueden aportar su trabajo o usar sus servicios y/o que están dispuestas a aceptar las responsabilidades de ser socios, sin discriminación de sexo, raza, opción política o religión.

2º Gestión democrática por parte de los socios. Las cooperativas son organizaciones gestionadas democráticamente por sus socios, que participan activamente en la fijación de las políticas de actuación y en la toma de decisiones. La participación supone el derecho y el deber de ser elegido para los cargos sociales de la cooperativa. La distribución de votos no se basa en el capital, sino que cada socio tiene un voto.

3º Participación económica de los socios. Para formar parte de una cooperativa se debe aportar un capital, que se fija en los estatutos. Los socios gestionan el capital de manera democrática. La distribución de los excedentes se hace retribuyendo de manera principal la participación en la actividad cooperativizada o el trabajo, no la participación en el capital.

4º Autonomía e independencia. Las cooperativas son organizaciones autónomas, gestionadas por sus socios que deben mantener la libertad de controlar su propio destino.

5º Educación, formación e información. Las cooperativas debe tener proyectos de educación y formación a los socios y los trabajadores para que puedan contribuir al desarrollo de sus cooperativas de una manera eficaz. También informan al gran público (entorno), especialmente los jóvenes y los líderes de opinión, de la naturaleza y beneficios de la cooperación.

6º  Cooperación entre cooperativas. Las cooperativas sirven a sus socios de una manera eficaz y fortalecen el movimiento cooperativo trabajando conjuntamente mediante estructuras locales, nacionales, regional e internacionales.

7º Interés por la comunidad. Las decisiones que toma la cooperativa deben ser responsables con el entorno donde está situada y promover la participación en el desarrollo de la comunidad.

Lo fundamental de una cooperativa es la primacía del trabajo sobre el capital. El voto de una persona con poco capital y el de una con mucho vale lo mismo en la asamblea de la cooperativa (al contrario que los accionistas de una sociedad anónima).

E igualmente la diversidad: dentro del marco de la ley (que normalmente regula los mínimos de las rentas que han de reinvertir en la empresa o en educación y la estructura mínima de funcionamiento) la cooperativa es libre de organizar toda su actividad como ella quiera, respetando los principios cooperativos. La educación permanente de socios es un objetivo fundamental de la cooperativa. Y la participación activa de los asociados es clave para su funcionamiento democrático. La asamblea de socios es el órgano máximo de una cooperativa que elige una junta directiva (normalmente con limitación de tiempo a los cargos), una junta de vigilancia y un comité educativo, todos ellos, cargos revocables por decisión colectiva.

Los límites externos del cooperativismo

Las cooperativas se han desarrollado dentro del capitalismo, por lo que integra, hacia fuera de la cooperativa, los mismos comportamientos de una empresa cualquiera, en la medida que debe competir en calidad y precio, reducir costes, usar técnicas de marketing y gerencia, etc.

Un ejemplo reciente lo hemos visto en la Corporación Mondragón, la cooperativa más grande de España y del mundo (con 103.000 personas y 120 cooperativas asociadas), la cual afirmaba en su comunicado ante el inminente cierre de Fagor que «hay una cuestión fundamental que tiene que ver con la capacidad (…) de competir en el mercado global y adaptarse a todos los cambios que se están produciendo en el sector con nuevos competidores y nuevas reglas de juego. Y esto es común a cualquier empresa, independientemente de su naturaleza jurídica».

El cooperativismo muchas veces se ha desarrollado impulsado por los Estados, ya fuera como:

a) Una manera de hacer más eficientes los servicios al hacerlos colectivos, como el cooperativismo agrario con servicios de centrales de compra, aprovisionamiento y comercialización colectivizados. Esto tiene como objetivo maximizar las economías de escala. Este cooperativismo de servicios es, normalmente, una unión de propietarios individuales (no se colectiviza la tierra o los medios de producción, sino los servicios).

b ) Una manera de implementar políticas o proyectos estatales que afectan a amplios colectivos, normalmente con la justificación de la lucha contra la pobreza.

Mucho de este cooperativismo se clientelar, mantiene poca independencia del Estado, es frágil y poco ideologizado.

Hay cooperativas que son, de hecho, multinacionales, como por ejemplo, la cooperativa Ricelan Foods, de los EEUU, con 9.000 grandes productores de Arkansas como socios, y que es la propietaria de Agricorp, empresa privada que tiene el monopolio en Nicaragua de la harina de trigo, el arroz y la sal.

Al otro lado del espectro, encontramos un cooperativismo altamente politizado creado alrededor de la lucha por los derechos sociales y económicos (como la lucha por la tierra del Movimiento de los Sin Tierras (MST) de Brasil o por la vivienda digna de las cooperativas de la FUCVAN en Uruguay.

Podríamos decir que «el hábito no hace al monje», porque realmente el movimiento cooperativo es profundamente diverso y complejo, y no siempre progresista.

Los límites internos

La capacidad de una cooperativa en el cumplimiento de los principios cooperativos depende de forma fundamental de la calidad de sus asociados. Y especialmente:

a) de su nivel educativo formal, de manera que pueda comprender y participar en decisiones que a veces son complejas y requieren conocimientos técnicos;

b) de su educación en valores (solidaridad, ética);

c) de su apropiación de los principios cooperativos, como praxis cotidiana;

d) de la confianza entre los socios;

En el cooperativismo es común encontrar caciquismo, falta de participación, poca de transparencia y directivos que se aprovechan de su situación privilegiada en la gestión de la información.

Los mecanismos de lucha contra estos vicios no son diferentes de otros que se proponen en el control social de entes estatales: auditoría social (interna a través de las juntas de vigilancia o externas ), continúa formación técnica y en valores, limitación a la duración los cargos de dirección, periodicidad de las asambleas, transparencia interna, comunicación fluida, etc.

En un mundo altamente competitivo, las cooperativas más grandes han integrado personal muy cualificado en gerencia empresarial, generando una distancia cada vez mayor entre los socios y los técnicos, los cuales asumen gran parte de las decisiones cotidianas de la empresa. Al crecer, las cooperativas suelen contratar personal laboral que no es socio por lo que se crean dos fuerzas laborales (los que votan en la asamblea y los asalariados no socios), aunque algunas legislaciones limitan el porcentaje de trabajadores no asociados.

Este último hecho ha generado conflictos con el sindicalismo, pues el doble rol del socio cooperativista (de dueño de la empresa y trabajador) y su relación con el trabajador no asociado, limita la tradicional posición sindical de lucha de clase dentro del empresa.

El relevo generacional en las cooperativas no es fácil. Muchas cooperativas limitan la presencia de los hijos a la empresa por el hecho que sin una política muy bien diseñada se pueden dar conflictos de interés y un exceso de proteccionismo de actitudes poco positivas de la segunda generación integrada.

La cultura de la comodidad que se ha impuesto en el mundo desarrollado hace que muchas tareas de seguimiento y participación dentro de la cooperativa de parte de los socios se deleguen. Como decía Oscar Wilde, «el problema del socialismo es que te quita muchas tardes libres» .

Cuando los socios de una cooperativa no han interiorizado los principios que la hacen diferente de las empresas tradicionales, ésta es más frágil. Un caso paradigmático fue la cooperativa líder del sector agroalimentario catalán, la Cooperativa Agropecuaria de Guissona, con un volumen de negocio de casi 100.000 millones de pesetas en 1999 y que en 2000 se transformó en una Sociedad Anónima, permitiendo la venta de acciones de las áreas más lucrativas (las de procesamiento y comercialización de Área de Guissona y las filiales Alpisa, Alsicor y Proporsa) y el intento posterior de salir a bolsa. Con la fórmula de franquicia, abrió más de 385 tiendas, de las cuales sólo el 3% son propiedad del grupo. Posiblemente el hecho de que los socios de la cooperativa fueran a la vez pequeños o medianos propietarios agrarios, con una visión del mundo poco crítica con el sistema capitalista, hizo más fácil el paso hacia una forma jurídica menos democrática.

Los potenciales del movimiento cooperativo para la democratización de la economía

Posiblemente el cooperativismo es la forma más avanzada de organización democrática de la empresa. Está presente en todos los sectores económicos, desde la producción agraria en los servicios profesionales y económicamente es suficientemente representativo. Según la ACI en 2012 a nivel mundial las cooperativas contaban con casi 1.000 millones de socios y generan 100 millones de puestos de trabajo, un 20% más que las multinacionales.

Las ventas de las 300 empresas cooperativas más grandes del mundo 2012 suman 1.1 trillones de dólares, importe comparable al PIB de algunas de las economías nacionales más importantes. Sólo en Cataluña representan (en ventas) un 2,3% del PIB catalán (4.600 millones de euros), agrupando una masa salarial de 932 millones de euros al año. A pesar de ser diversa y compleja la economía cooperativa es suficientemente grande para generar economías de escala cooperativas que puedan competir con grandes empresas y multinacionales.

El cooperativismo tiene un potencial de crecimiento rápido, tanto en la esfera de la producción como a la esfera del consumo. En este sentido, aunque la mayor parte de la fuerza de trabajo está ocupada por empresas capitalistas, tradicionalmente y en alianza con el sindicalismo de clase, los trabajadores han podido crear espacios cooperativos «fuera de la empresa», la esfera del consumo. Así las cosas, a la vez que los sindicatos buscan obtener un salario más justo y unas mayores garantías laborales; las cooperativas se constituyen para posibilitar el acceso a bienes y servicios en condiciones menos onerosas que lo que se ofrece en el mercado dominante, estableciendo así una especie de simbiosis entre ambas formas de organización de los trabajadores.

Este cooperativismo de consumo es igualmente importante porque la explotación al sistema capitalista no se da sólo en la esfera de la producción (apropiación de la plusvalía) sino también en la esfera del intercambio. Dado que gran parte de los monopolios más importantes se encuentran en la distribución de bienes (la segunda empresa más grande en ventas del mundo no vinculada a las finanzas y al petróleo, en 2012, fue la cadena de supermercados minoristas Wal Mart), es en este ámbito donde se da un segundo espacio de explotación del trabajador, con el control de los precios y las cadenas de suministro, la programación de la obsolescencia, la publicidad consumista y el control de los espacios de distribución al por menor.

Un buen ejemplo de cómo el cooperativismo democratiza la economía desde el consumo es la cooperativa catalana Som Energia, que cuenta con más de once mil socios, que trabajan por el «deseo de cambiar el modelo energético actual y trabajar juntos para alcanzar un modelo 100% renovable».

Por su parte, el sector financiero se ha configurado como otro elemento explotador del trabajo fuera de la esfera de la producción. Ante el actual modelo de banca explotadora, surgen también las bancas éticas. COOP57 es una cooperativa de servicios, adscrita a los principios de la banca ética, que » destina sus recursos propios a dar préstamos a proyectos de economía social que promuevan la ocupación, fomenten el cooperativismo, el asociacionismo y la solidaridad en general, y promuevan la sostenibilidad sobre la base de principios éticos y solidarios». Con más de 2.000 socios colectivos e individuales es un buen ejemplo de integración cooperativa contra la lógica neoliberal en las finanzas.

Gran parte del trabajo hoy en día es generado por el trabajo autónomo o por empresas sin trabajadores, mayoritariamente pequeños comerciantes. En el caso de Cataluña, de las casi 600.000 empresas existentes, la mitad (294.292) son personas físicas. La posibilidad de articular esta masa de trabajadores bajo figuras cooperativas de producción y servicios es amplísima. Esta unión de fuerza laboral podría generar economías de escala que pudieran crear un competidor solidario ante el dominio del mercado que tienen hoy las grandes empresas y multinacionales.

El cooperativismo puede ser una herramienta muy potente para la creación de monedas sociales, no sujetos a la especulación ni a la generación inorgánica, que dinamicen las economías locales. Un caso de estudio es el de la Sociedad Cooperativa Wir, creada en Zurich en 1934, y que utiliza una moneda propia (únicamente para pequeñas y medianas empresas) que se utiliza en más de 62.000 tiendas suizas adheridas a la red, con una facturación anual de más de 1600 millones de francos suizos.

Cooperativismo y políticas públicas

Una política pública de fomento del cooperativismo, evitando el clientelismo político, podría dar a corto y medio plazo un mapa económico mucho más democrático y solidario. Sólo como ejemplo, en el caso de Cataluña podríamos apuntar algunas propuestas de su contenido:

a) Promoción del la relación directa de productores y consumidores. Se podrían acortar las cadenas del sector agroalimentario (y otros) enlazando (inicialmente) la producción agraria cooperativa con una red de cooperativas de consumo en ciudades y pueblos. El consumo de proximidad debería ser beneficiado con políticas de identificación diferencial de los productos y ventajas impositivas para la reducción de la huella ecológica de las transacciones comerciales.

b) Acuerdos de compras públicas prioritarias en el sector cooperativo. Una ley que priorizara las adquisiciones estatales a las cooperativas fomentaría el crecimiento rápido del sector.

c) Escuelas de cooperativismo y cooperativismo en la escuela. La unión voluntaria de parte de los fondos que todas las cooperativas tienen que dedicar a formación y educación constituiría un elemento de expansión rápida del cooperativismo. Se podrían crear escuelas autónomas de formación técnica y en valores y principios cooperativistas. La introducción al currículo académico del cooperativismo como herramienta de democracia económica, desde bachillerato y FP hasta las universidades y escuelas de negocio, fomentaría también su crecimiento.

d) Cooperativas internacionales (istas). El fomento de acuerdos comerciales e intercambios de producción y servicios con cooperativas de fuera de Cataluña, en el marco de los principios de comercio justo, podría frenar la globalización inequitativa y sustituirla por un marco de relaciones comerciales no explotadoras.

e) Monedas locales. Si los socios y trabajadores de las cooperativas catalanas decidieran cobrar un 5% del salario en forma de moneda cooperativa (sólo se podrían comprar bienes y servicios en el entorno cooperativo) se crearía un mercado de 46,6 millones de euros anuales inmediatamente. Esta moneda se podría ampliar a entidades de economía social y sindicatos, en condiciones similares. Sin salir del euro, la posibilidad de la creación de monedas no sujetas a la especulación de los mercados, se haría factible en el marco de un movimiento cooperativo amplio.

f) Tributación especial. La eliminación o reducción de los impuestos en las transacciones entre cooperativas e intra cooperativas fomentaría la competitividad del modelo solidario frente a las grandes empresas que utilizan los paraísos fiscales y los escudos legales como mecanismo de evasión fiscal. El cobro de impuestos de entes estatales en moneda social cooperativa, en un porcentaje que se fuera incrementando en el tiempo, obligaría al sector público a hacer parte de las compras y contrataciones en el sector cooperativo ya la dinamización de las economías locales.

g) Recuperación de empresas. La posibilidad de que las empresas que cierran puedan ser adquiridas por los trabajadores en régimen de cooperativas con afianzamiento público o la priorización del pago de deudas a los trabajadores en forma de propiedad colectiva de las empresas, puede ser un elemento dinamizador de la reconstrucción del tejido productivo con base democrática.

Breves conclusiones

El fomento del cooperativismo, a corto plazo, es una vía muy importante (pero no única) para la expansión de la democracia y la justicia en el ámbito productivo. El cooperativismo es una escuela de participación y justicia en el lugar de trabajo. No se puede imponer como modelo por decreto, porque su principio básico es la voluntariedad. Esto implica un camino lento de concienciación y de incentivos. Y potencialmente es clave para iniciar una política de monedas sociales fuera del euro (sin tener que salir del euro inmediatamente).

Las propuestas de políticas públicas de fomento del cooperativismo requieren un acercamiento al sector, escuchar sus propuestas e incorporarlas en un plan de acción económico.

No todo el cooperativismo es anticapitalista (si bien el movimiento lo ha sido en sus orígenes). Nos encontramos una parte de cooperativistas reacios a políticas más radicales. No se les debe apartar pero del proceso, si no que habría que iniciar un proceso de acercamiento y concienciación. También nos encontraremos experiencias actuales de las cooperativas muy enriquecedoras y de avanzada.

No todas las cooperativas cumplen los principios cooperativos. Muchas son rehenes de sus propias burocracias y tecnocracias gerenciales. Y hay otras empresas de economía social que se deben tener en cuenta en el sistema cooperativo, aunque no tengan esta figura jurídica. El marco de los principios cooperativos debe ampliarse incorporando un sistema de auditoría a partir de indicadores económicos, sociales y ambientales que puedan dar una lectura más cuidadosa de los impactos positivos de las empresas solidarias y democráticas frente al modelo actual.

Las alianzas entre cooperativas a nivel internacional pueden dar paso a una globalización basada en un modelo de equidad y justicia frente al modelo jerárquico y explotador de las multinacionales. Al establecer acuerdos entre empresas de trabajadores libremente asociados, y la construcción de entidades multinacionales sobre principios cooperativos se pueden crear redes donde el Sur y el Norte tienen igual representación en el momento de establecer políticas de intercambio.

Por último, una triple alianza entre sindicatos, cooperativas y movimientos sociales (los que luchan por la vivienda digna, las energías renovables, las finanzas éticas y el consumo de proximidad) podría convertirse en la actual clase trabajadora (hoy tan desideologizada, atomizada y poco organizada) en un muro autogestionario donde se estrellen las políticas neoliberales globales y locales, que intentan hacer de este «sistema -mundo» una gigantesca jaula para los trabajadores y trabajadoras.

http://www.albasud.org/noticia/es/520/democracia-econ-mica-y-cooperativismo

86° Capítulo de ECONONUESTRAS 2-dic-2013

Entrevista a Jacques Chonchol, ex Ministro de Agricultura de la UP, con quien hablamos principalmente del proceso de la Reforma Agraria.

Autonomía: la coleta del Barón de Münchhausen

Ponencia presentada en Lebrija, 22 de Noviembre, 2013, “Jornadas Internacionales de Autogestión” por Nicolás González Varela

Un proemio a la cuestión:

Entendemos la “Autogestión” como un movimiento real de acciones e ideas que, desde el mismo nacimiento del Capitalismo, estimula e incita a los trabajadores en sentido amplio a arrebatar al Capital el poder sobre los centros de trabajo y lugares de manufactura para substituirlos, superándolos en nuevas formas de dirección y representación, por la organización de los productores. Marx denominaba a esta nueva organización social como una comunidad de “productores asociados”. Los orígenes históricos de esta idea de organización desde abajo de una región o una nación en base a una institución de clase centrada en la hegemonía de los trabajadores (llámese foro, burgo, cantón, comité, consejo, asamblea, etc.) no ha sido todavía escrita, y no es casualidad. Aunque empecemos aquí con la tradición que nace en Engels y Marx, la idea de la autodeterminación y autogestión de los productores que generan la riqueza social como veremos es antigua, ancestra, nace con la misma división social del trabajo en los albores de la Humanidad.

Autonomía, autogobierno, autogestión, control obrero, democracia directa, sí, pero: ¿de qué hablamos?, ¿un shibbolet?, ¿santo y seña?, ¿una política reformista?, ¿una historiografía?, ¿un subproducto de la composición de clase?, ¿una cualidad de la explotación capitalista?, ¿una tendencia antagonista ontológica de las masas?,… Si sobre la superficie múltiple de todos estos nombres propios, profundizamos y trabajamos sus conexiones internas y su necesidad, surge como un hilo rojo de Ariadna el substrato último: la idea de la Autonomía. Pero la Autonomía en sí misma lleva sin resolver una contradicción.

Quiero plantear aquí, con modestia, que el problema que nos presenta la autonomía en cualquier movimiento social es una paradoja que podía representarse con la famosa escena de Karl Friedrich Hieronymus, Barón de Münchhausen, (1720-1797), un héroe de lo imposible, cuando atrapado en una ciénaga con su fiel caballo simplemente supera la crisis tomando la coleta de pelo de su cabeza con sus propias manos y tirando hacia arriba sale del apuro. Textualmente:

“Un día, galopando por los bosques de Münchhausen, traté de saltar con mi caballo sobre una ciénaga que encontré en mi camino. En medio del salto descubrí que era más ancha de lo que pensaba, por lo que, suspendido en el aire, decidí volver atrás para tomar mayor impulso. Así hice, pero también en el segundo intento el salto fue demasiado corto y caí con el caballo no lejos de la otra orilla, hundiéndome hasta el cuello en la ciénaga. Hubiéramos muerto irremisiblemente de no haber sido porque, recurriendo a toda la fuerza de mi brazo, así con él mi coleta y tiré con toda mi energía hacia arriba, pudiendo de esta forma salir de la ciénaga con mi caballo al que también conseguí sacar apretándolo fuertemente entre mis rodillas hasta alcanzar la otra orilla.”

La idea de la autoemancipación, de la Autonomía, la misma idea de multitud como poder constituyente, que se “pone” a sí mismo como sujeto-objeto de la emancipación, lleva en su seno una paradoja “Münchhausen” insoluble en la teoría, sólo posible de resolver en la práctica. Estamos fatalmente destinados a intentar salir de la ciénaga del Capital de alguna forma, de buscar y diseñar colectivamente nuestra “coleta”, nuestro punto de Arquímedes para cambiar nuestra realidad, para conquistas más y más espacios de libertad política y de igualdad social. No se trata de juegos de lenguaje, sino de la posibilidad práctico-histórica de la transición a una sociedad más igualitaria, de una auténtica comunidad de productores libremente asociados, de aquello denominado Comunismo.

Parafraseando al filósofo antiguo Protágoras, diremos que la Autonomía es la medida de todas las cosas y parafraseando al filósofo Lukács diremos que todos los problemas de la Izquierda pueden reducirse en última instancia a la cuestión de la Autonomía.

La palabra Autonomía no surge por casualidad, ni es producto de mentes afiebradas en un lujoso “Café Marx”. No se trata tampoco de problemas lexicográficos que ameriten la edición de un “diccionario del comunismo”, ni de una “enciclopedia marxista”. Se trata de la emergencia, del surgimiento de un campo de vocabulario social que al mismo tiempo pone en escena la acción de individuos cooperativamente, que aunque incluso minoritarios en sus inicios, están decididos a transformar radicalmente la sociedad, resueltamente hostiles a ciertas formas perversas de individualismo, enemigos de la propiedad privada, irreductiblemente anticapitalistas, cooperativos y horizontales, pero, al mismo tiempo autocríticos con la propia tradición. ¿No es el lenguaje, en última instancia, el cimiento de la praxis? ¿No soy lo que digo, de alguna manera? 

La idea autonomista ha sufrido un renacimiento, quizá una inflación en el nuevo movimiento anticapitalista. Como concepto es tan antiguo como la lengua griega, como práctica determinada, acción colectiva específica, como tradición proletaria, es reciente, surge con la instauración del capitalismo. La etimología es siempre sabia: conduce a la idea del «darse-por-sí-mismo-la-propia-ley”» (autos: referido a sí mismo; nomos: ley). La Autonomía es esencialmente un saber práctico de elegir el propio bien, y simbólicamente en griego tenía la idea pedestre de “orientarse-en-el-camino-justo-con-los-recursos-propios”. Autonomía se emparentó directamente con el Materialismo (Berkeley), el Escepticismo y el Ateísmo (como no dejaron de señalar con mucha perspicacia los diccionarios teológicos oficiales de la Iglesia). “Si Dios no existe, todo es posible” decía Dostoievski en la boca de uno de los hermanos Karamazov, Iván. Es que la Autonomía como posibilidad práctica sólo es posible sobre el silencio de Dios y sobre la crítica al cielo de la Política y el Estado. La Autonomía en acto es la crítica a toda trascendencia. No es casualidad que grandes filósofos reaccionarios, contrailustrados, como por ejemplo Schopenhauer, Nietzsche o Heidegger, hicieran de la idea de Autonomía su mortal Némesis. En un ida y vuelta con la praxis, de una palabra técnica del vocabulario de la “Äufklärung” lentamente se deslizó a la semántica de los movimientos sociales que luchaban a la vez contra el Absolutismo y conra el naciente despotismo del Capital. La expansión y popularidad va de la mano con el surgimiento y eclosión de una nueva figura de época: la multitud posfordista, el precariado, el nuevo tipo de trabajador para el Capitalismo del siglo XXI. Su raíz no es, paradójicamente, de auténtica cepa marxista, pero semánticamente es más precisa. Marx nunca habló de “Autogestión”, para referirse al rasgo emancipatorio y revolucionario de la clase, sino de “Selbsttätigkeit”, algo así como “Autoactividad”, como una especie de Autonomía práctica, que consistía en la enorme paradoja que conlleva para la clase bajo relaciones de servidumbre: “abolirse a sí misma” (“sich Aufheben”). Un estado que sólo sería posible racionalmente como efecto no deseado de acciones racionales, al estilo de “sé espontáneo” o “saltar hacia abajo”.

Se podría definir a la Autonomía como una de las condiciones de la emancipación de las clases populares, y que es al mismo tiempo institución de autodefensa, lucha económica, prefiguración de la futura sociedad y doble poder. A lo largo de la Historia de la Plebe ha sido el lugar de la producción la célula básica del Poder Obrero como decía el filósofo del cooperativismo obrero Proudhon. Emancipado el Trabajo, todo hombre se convierte en trabajador, y el Trabajo productivo deja de ser atributo de clase. No es otra cosa que la expropiación de los expropiadores. Y como veremos tiene en sí misma dos consideraciones fundamentales:

1)    Un sesgo universal, en el sentido que existe la tendencia de los trabajadores a lo largo de la historia de asumirse a sí mismos como sujetos políticos, tomar las riendas de la administración de las cosas, reorganizar la sociedad sobre la bases tanto de los principios que correspondan a las necesidades a corto plazo y como a los intereses a largo plazo que se correspondan con sus principios de autodeterminación.

2)    Una evolución de la Autonomía de acuerdo a una lógica interna, transformada por las derrotas, los retrocesos, las propias contradicciones internas de la teoría y determinada por la evolución del Capitalismo, así como de una creciente autocrítica de las experiencias prácticas pasadas;

Bajo el dominio del Capital, toda lucha de conjunto de los trabajadores, que desborde objetivos inmediatos y estrictamente corporativistas-económicos, plantea el problema de las formas de organización de la lucha que tienen, en embrión, una negación al poder de las clases dominantes. En este sentido podemos decir que cada huelga, cada ocupación, cada expropiación, cada paso en el control y gestión por parte de los trabajadores encierra el Hidra de la revolución. Cuando se produce un “Occupy”, una huelga general, aún cuando sea local o regional, cuando se constituyen comités de huelga democráticamente elegidos y apoyados por democracia asamblearia, no solamente en una empresa aislada, sino en decenas de la ciudad y de la región, cuando estos comités se federan bajo formas de centralismo democrático y generan una coordinación territorial de abajo hacia arriba, entonces es cuando aparece la dimensión emancipatoria latente de la “Autonomía”, su rango de poder doble, su carácter de célula básica de una futura sociedad más equitativa, más igual y más democrática.

La Autonomía generalmente se ha basado en una forma histórica de institucionalización particular, generalmente bajo la envoltura organizativa de un cuerpo representativo (Consejo), que en el estricto concepto histórico-político lo entenderemos como:

1) Un institución soberana de las capas sociales explotadas;
2) Un órgano representativo-ejecutivo antiparlamentario (democracia radical);
3) Surgimiento de forma revolucionaria.

Los Consejos de trabajadores surgidos de una huelga o de un gran combate revolucionario, creados en el marco de la lucha por el control de la producción o de un enfrentamiento de las capas explotadas contra el poder represivo del Estado, son ‘organos naturales’ del ejercicio del poder plebeyo. Tienen características únicas:

1)    Una flexibilidad muy grande, permitiendo articulaciones alternativas en el plano territorial y funcional (consejos de soldados, de campesinos pobres, de marineros, de estudiantes y maestros, de trabajadores industriales, etc.);
2)    Permite asociar al máximo la masa de sujetos activos en el ejercicio del poder (la cocinera puede ser jefa de estado; el herrero puede filosofar);
3)    Permite superar la escisión entre Política (ciudadano) y Economía (burgués), o sea: las funciones legislativas y ejecutivas;
4)    Facilita el control y fiscalización de las masas, transparencia de las operaciones, la elegibilidad y la revocabilidad de los elegidos, etc. (Superación de la mera representación burguesa);
5)    Es el fundamento más adecuado para la edificación de una auténtica Democracia social (Superación del sistema de partido único respetando la composición de clase histórica);

La Autonomía tiene un instinto cooperativo y solidario universal, el “Principio-Esperanza”, a pesar de sus cambios de forma, que si se me permite para ilustrarlo le llamaré (tomando el término de un sínmdorme que describe la Psicología empírica) “Agorafilia”, que podemos definir como la aspiración a realizar una participación lo más profunda, amplia e inmediata posible, de los individuos en la vida pública. “Ágora” era el nombre en la antigua Grecia de un espacio abierto, centro del comercio (mercado), de la cultura y la política de la vida social, Con el paso del tiempo el ágora llegó a ser el inicio de las famosas polis, tanto desde el punto de vista económico y comercial (como sede del mercado), desde el punto de vista religioso al encontrarse allí los lugares de culto del fundador de la ciudad o de la deidad protectora o desde el punto de vista político al ser lugar de reunión de los ciudadanos para discutir sobre los problemas de la comunidad. De esta manera y a su alrededor fueron surgiendo los edificios públicos necesarios para albergar todas las actividades.

Junto al instinto agarófilo, viene otro componente esencial de la autogestión, que llamaré “Comunalismo”, la acción colectiva y mancomunada que reposa sobre la acción directa y consciente de los sujetos explotados sin jerarquías externas. Es notorio que el sistema actual de dominio, como todos los anteriores basados en la escisión entre gobernantes y gobernados, entre un arriba activo, que manda y ordena, y un abajo pasivo, que ejecuta y asiente, son esencialmente “Agarófobos” y “Anticomunalistas”.

Los ejemplo históricos confirman estos dos principios de toda experiencia plebeya, esta característica preciosa de ser un contrapoder social. El primer Soviet (Consejo) en la Rusia zarista allá por 1905 no era nada más ni nada menos que esto: un comité de delegados de consejos de huelga de las principales empresas privadas y públicas de la región de Moscú, mayoritariamente dominada por la producción textil. Esta primitiva institución autónoma, apartidaria y extrasindical, que contaba con 110 diputados, expuso sus directrices fundamentales en los siguientes puntos: 1) Dirigir la huelga; 2) No permitir acciones y negociaciones separadas; 3) Cuidar por una actitud ordenada y organizada de los trabajadores; 4) Se volvería al trabajo después que lo conviniera democráticamente el propio soviet. Como decíamos, la propia dinámica, la dialéctica desplegada, que desata la Autonomía como principio de identidad y autodeterminación, hizo que el Soviet se tranformara de un comité sofisticado de huelga en la representación democrática directa de los intereses de todas las capas de trabajadores de la región que veían en la nueva institución el mejor medio de lucha por su libertad política. Nuevamente surge esa característica esencial de la “Agorafilia” y el “Comunalismo” de la que hablamos.

De Marx a Gramsci: Marx dio algunas pistas, empezando por el mismo Manifiesto Comunista de 1848, allí señala con claridad que “los comunistas no tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado” ni “principios especiales según los cuales pretendan moldear el movimiento proletario” y el objetivo es “la formación del proletariado como clase”, es decir: coayudar, contribuir y apoyar la liberación de la clase por la clase misma, ya que los postulados teóricos de los comunistas “sólo son expresiones generales de los hechos reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico”; en 1850, depués de las fallidas experiencias de 1848, en particular los intentos de autogestión de la clase obrera francesa, en una comunicación al Comité Central de la Liga de los Comunistas, Marx señala que “al lado de los gobierno oficiales, los obreros deberán contituir inmediatamente ‘gobiernos obreros revolucionarios’, ya sea en forma de comités o consejos, ya en forma de clubes obreros o comités obreros, de tal manera que los gobierno republicano-burgueses… se veandesde el primer momento  vigilados y amenazados por autoriades tras las cuales se halla la masa entera de los obreros.”; ya en el ámbito de la Iº Internacional, Marx sostuvo siempre su idea de la Autonomía, de la autoactividad consciente del proletariado para su propia emancipación, y su Estatutos comenzaba con la frase “la emancipación de la clase obrera debe ser conquistada por la clase obrera misma… una lucha por derechos y deberes iguales y por la abolición de toda dominación de clase.”; después de la experiencia de la Commune de París de 1871, Marx no solo llega a modificar El Capital escrito en 1867, sino que extrae hallazgos y errores de los intentos de la autonomía proletaria, definiendo el gobierno comunal casi en nuestros términos como “una Corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo… que era, esencialmente, un gobierno de la clase trabajadora, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo. Sin esta última condición, el régimen comunal habría sido una imposibilidad y una impostura ya que la dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social.” El consejo “agarófilo” y “coumnalista” de la Comuna había de servir, señala Marx, “como palanca para extirpar los cimientos económicos sobre los que descansa la existencia de las clases, y, por consiguiente, la dominación de clase.” La Autonomia es la actividad central para la deconstrucción desde debajo de el despotismo de una clase sobre la amplia mayoría de los trabajadores.

Ahora entendemos aquella frase de Gramsci que decía que “el estado socialista existe ya potencialmente en las instituciones de vida social características de la clase trabajadora explotada.”, concluyendo que “las fábricas con sus comisiones internas, los círculos de barrios y socialistas, las comunidades campesinas, son los centros de vida proletaria.” Nada más ni nada menos que “Centros de vida proletaria”, agorófilos y comunalistas, que Gramsci llamaba en su conjunto “sistema de democracia obrera” o incluso con una connotación posmoderna “red de instituciones proletarias.” Los consejos regionales de este tipo realizaban para Gramsci la unidad de la clase trabajadora y eran “el modelo del estado proletario”. La Autonomía en tanto instutucionalizada como consejo, era para Gramsci, “el más adecuado órgano de eduación recíproca y de desarrollo del nuevo espíritu social que el proletariado ha logrado extraer de la experiencia viva y fecunda de la comunidad de trabajo.”

Esto señala una vasta cuestión reprimida: ¿es posible organizar autonomía, autogobierno, autogestión?.

Autonomía, ¿una práctica sin teoría?: ¿qué es Autonomía? Autonomía es sin lugar a dudas una cifra de la modernidad capitalista. Podemos repetir que más que un concepto teórico es una práctica, una experiencia. La autonomía es un concepto eminentemente trans-político ligado a la emancipación social, a la resistencia, a la capacidad de expresión no solamente de libertad sino de contenidos específicos históricamente determinados. Autonomía es más Marat y menos Robespierre. Un rasgo histórico es su anti-institucionalidad burguesa radical. Se trata de un principio plebeyo. No se trata solamente de libertad, sino de un crecimiento antropológico que provoca una acumulación de deseos, de necesidades, de voluntad, es, sobre todo, un fenómeno colectivo, es profundamente cooperativo y materialista. La autonomía es del común, es un predicado del trabajo vivo en la época de la subsunción real. De alguna forma una hipótesis ontológica y materialista fuerte, que debe ser permanentemente contrastada.

La idea de autogestión designa una experiencia fundamental de conquista de la dignidad política humana. Como tal puede rastrearse en una línea nodal nítida, relevante, historiográficamente contrastada. Se trata de una auténtica tradición pero discontínua. Esta genealogía noble, de cierta manera una Historia de la Emancipación y la Libertad, tiene su incicio, seguramente en el miso origen de escisción d elos social, en el origen de la desigualdad entre los hombres. De tal manera que podemos comprenderla como una suerte de Principio -Esperanza”, basada en lo que podemos denominar “experiencia plebeya”, con sus propias figuras históricas-prácticas. Podemos entender la autogestión de manera intuitiva en primer lugar como un combate, siempre desigual, por la conquista de la Libertad, una pulsión que exige siempre más y más Libertad. Arbitariamente o no podemos colocar esta primera piedra fundacional quizá en la rebelión de esclavos de Spartakus, hecho del cual no tenemos muchos datos significativos, pero para la ocasión pondremos su punto de inicio en la primera secesión de la Plebe romana, allá por el año 494AC. Primero una disticnción en el lenguaje, muy importante a la hora del combate ideológico: la Plebe no era el Populus, esa noche donde todos los gatos son pardos, sino su momento crítico-negativo: se trataba de trabajadores manuales, artesanos pobres, trabajadores intermitentes, capas obreras urbanas, en términos jurídicos patricios “los que no forman parte de la gente”. El primer momento fue diferenciarse linguïsticamente en tanto identidad, de colocarse a sí mismos sin mediaciones: somos Plebs. Igual hicieron en Grecia con anterioridad los despreciables trabajadores manuales (los hoi polloi) con respecto a la mistificación del término indiferenciante de Demos.  

Esta palabreja ya no tiene para nosotros una especial relevancia o resonancia, no tiene “aura”. La filosofía moderna, el nudo desatado por la “Aufklärung”, creyó haber descubierto, en el concepto de autonomía como autoconciencia, no sólo un principio metodológico determinante sino también el fundamento para una existencia ilustrada autónoma, es decir: el principio de actuar y pensar que parte de sí mismo. Políticamente, trasladado a la práctica material, con el rechazo de toda autoridad formal, de toda tradición y costumbre, de todo lo tradicionalmente dado, sintetizaba de alguna manera el instinto material de la Revolución Francesa. La autoconciencia, la autodeterminación y la autonomía se hicieron principios básicos de “la” praxis racional y revolucionaria. El término era aquel con que Kant denominaba, en su Crítica de la razón práctica, la capacidad de la razón humana de darse a si misma leyes morales, sin derivarlas ni de algo inferior (deseos, intereses egoístas, etc.) ni de superiores (Dios) o exteriores y formales (autoridad, tradición, estado). Autonomía es negar toda trascendencia. Si las reglas de la propia acción vienen de alguna manera derivadas de otra cosa que no sea la razón del sujeto, nos encontramos en una situación de heteronomía. Palabreja difícil, pero que significa que se imponen leyes externas o ajenas al sujeto. Kant aquí sólo traspasa, al ámbito de la ética y la filosofía práctica, algo que ya había realizado Rousseau en la teoría política: para éste la democracia directa era aquella forma constitucional, constituyente y constituida, en la cual el ciudadano es soberano, es autónomo, en cuanto él como sujeto es en acto poder legislativo y ejecutivo, y es el súbdito de sus propias y autogeneradas políticas. Análogamente Kant afirmaba que la moralidad, el momento ético, debe ser la sumisión incondicional a leyes que nuestra propia razón se ha impuesto. En sus propias palabras: “un hombre dependiente ya no es un hombre, ha perdido toda dignidad, no es más que el accesorio de otro hombre”. Es el valiente grito de “¡Sapere aude!”, “¡Atrévete a saber!” que reflejaba distorsionadamente la convulsión de la irrupción de revoluciones populares que desbordaban por izquierda todo límite y medida absolutista. Es decir: la autonomía nace como práctica en la lucha de las masas contra los príncipes y señores, contra el Estado-Iglesia, contra el absolutismo, contra una forma estado histórica, una larga marcha que arrancaba con la teoría calvinista de la revolución, las prácticas autónomas en la “Gloriosa” revolución inglesa (levellers, diggers, etc.) desembocando en la revolución francesa. Con la autonomía el antagonismo, sí o sí, deviene social. Podemos adelantar una hipótesis: que la palabra autonomía en el lenguaje político de las masas surge paralelamente y entrelazada con otra: comunismo. Autonomía como razón práctica es la libertad en sentido positivo, simplemente independencia de la voluntad humana de las condiciones fenoménicas, de toda determinación necesaria de parte de las inclinaciones sensibles (apetito, impulsos, etc.). Esta sería la condición que hace posible la escisión consciente entre la autonomía y la heteronomía. De acuerdo, el dominio sobre sí mismo, pero esta máxima contiene una paradoja. El dilema de toda autonomía puede sintetizarse como “intenta conseguir el dominio sobre ti mismo, pues exclusivamente bajo esa condición te capacitas para poner en práctica los fines para contigo mismo”. El barón nos sonríe mientras tira y tira de su coleta.

El dominio del movimiento sobre sí mismo, ese momento de autonomía y cooperación, es previo a todo lo demás. Es la base sin la cual no hay condición de ser contrapoder real. La decadencia del problema, su “olvido” en la propia tradición política revolucionaria, su desaparición de toda la filosofía política contemporánea e incluso del Marxismo “oficial” es algo que aún deberá ser explicado. Lo cierto es que sucumbió bajo la ideología jacobino-burguesa o lo que es lo mismo: la idea autonómica fue lentamente desapareciendo desde 1789 de la propia filosofía burguesa. Sobrevivió en intersticios sofocados bajo instituciones y represión del estado. Aparecía como idea brillante y bruñida en el cromado de las luchas de clases pero como un reflejo agónico, apenas visible en el momento kairológico. Era el clímax de la multitud en su creatividad revolucionaria, pero era eso: el clímax. Si el comunismo aparecía como un horizonte último y a veces utópico, la autonomía era simplemente impensable. Muchas de estas historias de la biopolítica de las masas como autonomía fueron rescatadas por historiadores desde abajo (Soboul, Rudé, Thompson, Hill, Montgomery, etc.), historiadores-militantes (Mothé, Montaldi, Bologna, Rawick, etc.) o del “otro” movimiento obrero (Roth, Lucas, etc.). Paralelamente a su decadencia en la filosofía política de la burguesía consolidada, su papel en la tradición de Engels y Marx fue polémica: se redujo el Marxismo a una técnica pura de la organización, se le colocó el signo igual con “partidismo”. Marx se redujo dramáticamente a una fórmula de trepanación del cráneo proletario: sólo había que saber colocar la conciencia socialista justa desde el exterior en el Golem obrero. La historia material de las masas sólo era una mera ilustración sociológica del oráculo del Comité Central. Ya todos sabemos en que terminó esta caricatura del pensamiento de Marx.

Lo podemos decir claramente: la palabra Autonomía generaba en la ortodoxia automáticamente un “vade retro, exorciso te!”. Se suponía, en un pistoletazo de filosofía y política, que condensaba todos los males del canon anti-marxista-leninista: economicismo, espontaneísmo, anarquismo, seguidismo, diletantismo, etc. Y se pudo ver como la paradoja autonomista sobrevolaba las grandes discusiones en el movimiento obrero del siglo XIX, en la diferencia entre partido, sindicato y clase, en las primeras internacionales, en el uso de herramientas ofensivas (huelga general), en los debates internos sobre organización, incluso en los dramáticos días después de la toma del poder en la Rusia bolchevique. Sí la autonomía podía ser sobrevalorada por cierta historiografía de la espontaneidad, si ella como cualidad y conducta de masas podía ser estimulada antes de la toma del poder (incluso incorporada en la ortodoxia), una vez establecida la razón de estado se volvía algo molesta, era un obstáculo a lo “Kronstadt”, un rasgo infantil del instinto de las masas que el partido leninista corregiría. La autonomía de la clase era el verdadero “Deus absconditus” en la dinámica del marxismo práctico, aunque su centralidad seguía sofocada y su génesis ontológica ignorada.

Las tareas de hoy han modificado de alguna manera la valencia de las “Tesis sobre Feuerbach”: de lo que se trata hoy es de comprender el mundo del capital antes que transformarlo. En este sentido tenemos tres frentes de batalla: debemos no sólo realizar la crítica de la economía política del posfordismo, al mismo tiempo combatir la ideología del capital, sino además nuestra propia novela revolucionaria. Los cortes epistemológicos en la tradición revolucionaria no sólo son “normales” sino que indican avance, nueva síntesis, “Darstellung” y nueva respuesta organizativa al nivel del desafío del capital. Éste es el Lenin post-1905, el de 1914 a 1917, el que parece “loco” a los ojos de sus compañeros de partido, el que obsesionado se sumerge en la Logik de Hegel, el que intenta desarrollar un nuevo tipo de militancia acorde con la objetividad del desarrollo de las fuerzas productivas, el autocrítico que reconoce el valor de las nuevas instituciones sociales basadas en la autonomía (Soviets, consejos, control obrero, autogestion), el desaforado que ya no parece marxista subido en un blindado zarista en la estación de Finlandia. Son también las pulsiones sin esperanza de las masas rusas por rescatar sus instituciones soviéticas, por recomponer la autonomía perdida, es la historia del Bolchevismo contra el propio Bolchevismo. Si hay algo abierto es el Marxismo. Yo propongo aquí que los sucesos encadenados a partir, en especial, de la caída de la URSS (como símbolo arquetípico de toda una ortodoxia) y el impacto de movimientos autónomos anticapitalistas han abierto la posibilidad de un Marx más allá de Marx, pero en algunos casos, más acá de Marx, todavía un desconocido para nosotros. Todavía un pensador y hombre de acción al que hay que recuperar para recuperarlo en su integridad científia y en su eficacia política.

Hoy es posible con alegría pero ab irato (con ira) plantear una crítica hiperbólica, en algunos casos una dolorosa autocrítica, a nuestra tradición, a la hipoteca heredada. Y esto es posible gracias no sólo desarrollos teóricos de diversos orígenes, entre ellos la posibilidad de conocer al verdadero Marx (todo un tema), sino la crítica a las armas que hace el propio movimiento de masas en el día a día. Por hiperbólica entendemos, jugando con la idea metodológica cartesiana, a una duda fundamental que valdría la pena considerar (tal como Descartes la llamaba) y que cuestiona un mundo.  Ahora: ¿Qué dudas hiperbólicas serían posibles considerar sobre el marxismo? Creemos que se sostienen tres dudas válidas: 1) la compatibilidad entre la naturaleza humana y el comunismo; 2) el carácter revolucionario de la clase trabajadora organizada y delegada en un partido político; 3) el carácter comunista del “socialismo realmente existente” en el ‘900.

Un breve paseo filosófico: En relación a las citadas estrategias, ya ha quedado apuntada como una de sus características fundamentales la puesta en cuestión del estatuto de los individuos; la oposición no a la individualidad sino al gobierno de la individualización practicado desde distintas instituciones, desde lo constituído. Esta oposición al poder/saber que transforma a los individuos en sujetos es, a la par, una reivindicación de la capacidad para gobernarse, de la capacidad de auto-gobierno, de la autonomía. Recorramos brevemente, adoptando la idea de que la filosofía llega siempre tarde (el vuelo de Minerva) podemos comprobar cómo impacto las diferentes irrupciones de las multitudes en el árido terreno del amor a la sófos.

Estación Kant: entendía la autonomía como talento productivo, que produce efectos en la materia, producción para la cual no hay una regla determinada (¿dónde se enseña a escribir La Ilíada?, diríamos nosotros: ¿dónde a diseñar un Soviet o un piquete o una comuna?). No es una disposición de habilidades, por lo que la originalidad, la ruptura e incluso la ausencia de memoria (ruptura con la tradición) eran sus rasgos destacados. El sujeto no sabe cómo se encuentran en él las ideas para una transformación. El poder constituyente a la luz kantiana nunca imita (imitar es aprender, repetir). La autonomía es comprendida como una “reflexión” centrada en cuatro momentos:

•    Satisfacción sin interés
•    Universalidad sin concepto
•    Finalidad sin fin
•    Necesidad sin ley

Aquí la idea poderosa es que la autonomía es comprendida como una experiencia práctica que modifica al que la experimenta y que se da sus propias leyes. Aquí el sujeto no sólo es organizante sino tal que se organiza a sí mismo. El sujeto autónomo es un talento (“Genie”) que le da su propia regla a su praxis. Es obvio que la práctica autónoma se emparenta con el arte, y hasta Kant diciendo que es difícil de explicar. Nos quedamos con ciertos términos claves: producción inconsciente, libertad creadora, originalidad y ruptura, genio como talento innato.

Un componente académico, de excesivo peso sociológico, intenta de alguna manera reducir la palabra a o bien una técnica organizativa débil (adecuada o no, enfrentada con la construcción típicamente trotskista-leninista) o bien a una suerte de política consciente que tiende hacia la comunidad de bienes o incluso ghettos posmodernos (una re-edición de la reducciones jesuitas en el siglo XXI) y el cooperativismo, cuyo fin es acampar lejos del Estado, aunque se está integramente dentro de él. Aquí presenciamos una doble supresión de la potente semántica social que posee la idea de autonomía: se traslada al concepto, y del concepto a la realidad, las propias dudas y confusiones. La Autonomía es una hipótesis materialista, su base es la especificidad histórica del capital, aunque hayan podido existir autonomías en las subjetividades pre-capitalistas. Ahí está la misma secesión pelebeya en la República romana; ahí está la rebelión de los Ciompi en la Florencia renacentista; ahí están los consejos de soldados del New Army de Cromwell; ahí están las sociedades seccionarias de los Sans-Culottes; en fin: ahí está la misma Commune de París. Lo que se sostiene desde la co-investigación es que la nueva subjetividad naciente con el Posfordismo, la nueva figura y su morfología en la lucha de clases, posee en su instinto de clase, en su pulsión constituyente una mayor densidad autónoma que en el pasado. Esta calidad se deriva de su nueva composición de clase, no es ni una teoría de la transición, ni una filosofía de la historia, ni un anarquismo revivido. Es el suelo constitutivo y antagonista, llevado a la exasperación, del poder constituyente. Aquí hay que diferenciar los comportamientos del movimiento social a lo largo de la historia. La multitud posfordista, en su propia dinámica, se hace autónoma primeramente con respecto a la forma estado, de manera muy radical; y en segundo lugar, con respecto al sistema de representación política del “Capital-Parlamentarismo”, al estado de partidos y a las instituciones corporativas heredadas del viejo movimiento obrero. Hace saltar la cobertura y los nexos de las instituciones, porque biopolíticamente, en el intersticio de las relaciones de producción, vive “fuera de”. Su identidad ya no se reconstruye en la reproducción ampliada ligada a la ciudadanía y al sindicato, sino en la cooperación social, en las nuevas formas de horizontalidad y democracia directa. Las características de este ejercicio autónomo es claramente ofensivo: no se trata de defender viejos privilegios, ni intereses corporativos. Pero si bien la autonomía es ya un dato, un presupuesto del desarrollo del capital, lo cierto es que toda recomposición de la clase es siempre centralización, formas de institucionalización, que no pueden asimilarse a “burocratización”.

Pero incluso para muchos compañeros hoy no es posible fundamentar la concepción de una práctica política alternativa en el concepto de autonomía. El problema, que parece un alejado y nebuloso tema de un Simposio de filósofos académicos, no puede resultarnos indiferente, en el supuesto que creamos y tengamos interés en una práctica política gobernada por las propias masas. La idea que tenemos la potencialidad de tomar distancia frente a nuestros deseos, frente a los roles sociales y formas de dominio en que nos movemos, frente a las normas y constituciones por las que nos guiamos, para preguntarnos: ¿quiénes somos nosotros mismos en todo esto? ¿qué es lo que nosotros mismos queremos? En cierta forma esta idea parece interpretar que existe un núcleo material irreductible que en cierta manera pudiera plegarse sobre sí mismo a partir de sus deseos, instintos y roles sociales concretos y que, justamente por esto, alberga en ciertas coyunturas históricas, que podríamos llamar “prerrevolucionarias”, una instancia para elegir, rechazar e integrar las exigencias internas y externas. En la vida cotidiana llamamos a alguien “autónomo”, por oposición a dependiente, a alguien que no se orienta por lo que se dice sino qué el mismo delibera, critica y decide; también es sinónimo de una persona que tiene una apreciación positiva, una estima alta de sí misma, a diferencia de aquella con sentimiento de inferioridad. Es decir: tenemos la posibilidad humana de distanciarnos de lo que hacemos y queremos, y preguntarnos: ¿qué es lo que nosotros mismos queremos? Pero: ¿qué quiere decir “nosotros” y “mismos”? Obviamente tiene algo que ver con la autonomía y la autodeterminación del sujeto, tanto respecto a las expectativas de los demás y de las normas intersubjetivas, vía la forma-estado, dadas como “naturales”, como respecto de la propia estructura de instintos, inclinaciones y deseos inmediatamente compulsivos y conformados por la costumbre y la tradición. Cuando un movimiento social realiza esto, poniendo en cuestión su propio actuar y querer, autodisciplinando su amor por lo sectorial y corporativo, su valor afectivo pasado, cuando construye totalidad a partir de su falso estatuto como parte pasiva, se puede hablar de una relación revolucionaria reflexiva consigo mismo. Autonomía debe ser siempre entendida como libertad en su sentido más amplio y esencial.

Para concluir con unas palabras de Marx, la Autonomía es en suma el anhelo de convertir la propiedad individual en una realidad, transformando los medios de producción, la tierra y el capital, que hoy son fundamentalmente medios de esclavización y de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre, cooperativo y asociado.

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