Archivos Mensuales: noviembre 2014
124° Capítulo de ECONONUESTRAS 17-nov-2014
Libro «Sobre el ejercicio y construcción de las autonomías» de Henry Renna
Presentación
«El primer trabajo de esta Mutual de Lectura no podía ser otro que uno que nos familiarice con las formas de autoorganización de las clases explotadas cuando se proponen andar por un camino de lucha ante el sistema capitalista. El texto que les presentamos a continuación que lleva por título ‘Sobre el ejercicio y construcción de autonomías’ nos convoca a una reflexión teórico-práctica acerca de las posibilidades de una alternativa de transformación revolucionaria en Chile y América Latina. No sólo eso, tiene el atrevimiento de indicar un camino: el poder–hacer de la sociedad organizada como alternativa de ejercicio y construcción de un socialismo autogestionario.
En torno a esa columna de ideas, el autor Henry Renna Gallano nos comparte diferentes áreas temáticas de utilidad analítica y sobre todo para la acción social.
Le anticipamos al lector que éste no es un tratado sobre las autonomías, sino más bien lo vemos como un esfuerzo del autor por sistematizar las prácticas de lucha, autogestión y educación popular que han venido desarrollándose en el seno del movimiento de pobladores y pobladoras. Un trabajo que no pretende descifrar una novedosa teoría social, sino verbalizar y llevar a la palabra escrita una realidad que ya está ocurriendo, que está pasando frente a nosotros, por abajo, en los sótanos del neoliberalismo.»
Mutual de Lectura y Poblar Ediciones. Septiembre 2014
Revisa el libro completo aquí
Abriendo camino a la superación del Estado ¿Con qué contamos?
por ICEA (www.iceautogestion.org)
Cuando se habla de unidad de las luchas a menudo se tiende a pensar en grandes asambleas en las que todo el mundo converge y todas las organizaciones sociales y político-sociales se dan de tortas para que su opinión partidista y sectorial prevalezca. Apenas nos ponemos a pensar o debatir sobre estrategias de cómo superar esta sociedad capitalista y estatal. Sirva este artículo para comenzar a plantearnos cuestiones de este tipo.
Porque en primer lugar, ¿qué sustituye al Estado? ¿Nos planteamos esta cuestión alguna vez en tanto a movimiento? Y si nos la hemos planteado, ¿qué van haciendo las organizaciones libertarias en este sentido? Creo que este debate se tiene que ir configurando en los próximos años como un tema a tratar en los ámbitos militantes. Nunca nos valió la idea de Partido-Estado que en tiempos predominó en la izquierda, en cambio tenenos que proponer otros modelos viables.
La confluencia debe ser estratégica también y no sólo en el sentido de agrupar el máximo número de organizaciones para la enésima sopa de siglas en un cartel, sino de hacer encajar diversas tácticas revolucionarias en un mismo proyecto de transformación social. Las luchas convergen en sus distintas manifestaciones y formas y dan lugar a una nueva sociedad. En el proceso de convergencia y alianza se irá generando el modelo de la sociedad futura.
Pero pasemos ahora a hablar de qué formas organizativas de la sociedad podrían sustituir totalmente o en parte al Estado. Son las vías a seguir y fortalecer. Si nos vamos a la historia, y echamos un vistazo a la configuración de los movimientos sindicales, sociales y de forma de vida nos encontraremos con varios organismos que son capaces de garantizar el funcionamiento de la sociedad una vez haya caído el Estado. Estos son: los consejos obreros, los sindicatos, el municipalismo libertario, el cooperativismo y las comunas. Cada uno de estos organismos ha encabezado o bien procesos revolucionarios o bien ha generado sociedades paralelas en el seno de la sociedad capitalista.
Actualmente los consejos obreros (soviets en Rusia en 1905 y 1917, räters en la Alemania de 1919, cordones obreros en Chile en 1972, los comités de acción en Francia en 1968 o las Shoras en Irán en 1979, entre otras denominaciones), tienen poca influencia en la izquierda estatal. Se basan en la asamblea de trabajadores y trabajadoras de una misma empresa. Y se han utilizado en momentos en los que los sindicatos brillaban por su ausencia, o bien porque estaban ilegalizados, o bien porque eran organizaciones huecas, sin capacidad ni intenciones de transformar la sociedad.
En nuestros días las empresas prácticamente no tienen asambleas. Los sindicatos no las convocan, y la clase obrera ha caído en un desánimo y pasividad que hace que en estos momentos hablar de un movimiento de asambleas obreras sea completamente utópico. Lo que queda de aquel modelo en el estado español son instituciones corrompidas como Comisiones Obreras o los Comités de Empresa. En este sentido si los sindicatos tuvieran intención revolucionaria intentarían o bien promover la asamblea de trabajadores como forma de funcionamiento o bien desde los comités comenzar a hablar de autogestión de los medios de producción.
En este sentido se puede comenzar a avanzar en una línea autogestionaria y colectivizadora si desde los sindicatos que se dicen revolucionarios se empieza a abordar en serio esta cuestión, haciendo una formación metódica entre los trabajadores afiliados y que representan el sindicato en este tipo de instituciones como los ya nombrados Comités de Empresa. Para quien no lo sepa, hay bastantes coordinadoras de comités de empresa que unen empresas y fábricas de la misma corporación capitalista, o del mismo territorio. De esta forma se podría coordinar un sector productivo entero o bien un polígono o las empresas de toda una comarca. El caso es que, como acabo de decir, falta una formación sindical apropiada para quienes están en los comités.
De todas formas, si creemos en la asamblea de trabajadores, ésta debe nombrar a sus representantes, y éstos deben ser revocables en todo momento. El gran problema de fondo es que el asamblearismo tiene corta duración. La gente común está en procesos asamblearios mientras le dura el problema. Más allá de eso los movimientos asamblearios caen en manos de los sectores más ideologizados y politizados, convirtiendo los procesos asamblearios en luchas de poder entre las tendencias de la izquierda. Sin embargo, si queremos la autogestión generalizada tenemos que promover asambleas en los centros de trabajo de forma generalizada. Y también deben disputarse los comités, tanto para echarlos abajo si no representan los intereses de la plantilla, como para fortalecer la idea de la socialización y la toma de los medios de producción entre la clase trabajadora, cuestión clave si estamos hablando de iniciar un proceso revolucionario.
Otro de los movimientos que históricamente ha intentado la revolución social ha sido el anarcosindicalismo, o el sindicalismo revolucionario. Tuvo su apogeo como sabemos en la Revolución española de 1936, pero también importancia en procesos como las ocupaciones de fábrica en Italia en 1920, las ocupaciones también de fábricas en Francia en junio de 1936, en el Cordobazo argentino de 1966 y en numerosísimas huelgas generales de todo el mundo.
El sindicalismo con vocación de cambiar la sociedad ha sido capaz de generar toda una cultura radical a su alrededor, un aura de mística revolucionaria que atrae a la clase trabajadora más combativa. Pero tiene su peligro, que es el de caer en el sectarismo y no ver más allá de su propia organización. Hay que tener muy claro que el objetivo primordial es el de la toma de los medios de producción, distribución y consumo, cosa que hizo el anarcosindicalismo ibérico en tiempos. Pero esa conciencia vino a través de dos o tres décadas de formación constante en los sindicatos. Hay que comenzar a formar en general a las nuevas generaciones de militantes y de contrastar los conocimientos adquiridos con otras experiencias alrededor del mundo para prepararnos para cualquier eventualidad. Entidades como ICEA o los gabinetes técnicos de los sindicatos deben tomar las riendas en las formación sindical en sentido colectivista y socializador.
Si nos coordinamos de alguna manera con los procesos consejistas o semi-consejistas (de tipo de comités de empresa) de los que hemos hablado, se podrá derrocar el poder del delegacionismo en el seno del movimiento obrero. Hay que generar unos nuevos comités de empresa verdaderamente en manos de los trabajadores y no de las élites burocráticas de los sindicatos capitalistas. Esa es labor inmediata ahora que se da tanto descrédito del sistema sindical y de comités de empresa en el estado español. No sabemos si se podrán generar otros mecanismos de participación obrera, pero es necesario que los grandes sindicatos pierdan su capacidad de movilización y la ganen nuestras organizaciones.
Pero la clase obrera precarizada no tiene siquiera la capacidad de sindicalización, o al menos no ve necesidad, ya que su empleo dura lo que dura. En este caso se deben encontrar otras formas de actuación político-social. En este caso podremos hablar de dos organismos a tener en cuenta, por un lado el municipio libre, y por el otro el movimiento cooperativista.
Comencemos por el segundo, que guarda relación con la economía política. El cooperativismo ha sido históricamente visto como un movimiento poco o nada revolucionario. Pero es cierto que hubo un cooperativismo obrero que era un apoyo del movimiento revolucionario, de ese que convocaba grandes huelgas generales y movimientos insurreccionales. El cooperativismo tenía dos vertientes, una productiva, que daba trabajo a numerosos obreros (y tenemos que reconocer que algunos de ellos habían perdido su empleo y que estaban en listas negras patronales y tenían muy difícil volver a trabajar) y la otra distributiva o de consumo. Esta segunda podría llegar a ser tan potente que en sí misma era un contrapoder.
Si en vez de ir al Eroski o al Carrefour, la población de clase trabajadora fuera a la cooperativa, otro gallo cantaría. En esas estaban en la región de Bolonia en 1920, en pleno auge del cooperativismo promovido por el Partido Socialista Italiano. Fue un movimiento tan masivo que los comerciantes sentían que se les hacía boicot si no se apuntaban al cooperativismo. Y muchos acabaron en el fascismo, como consecuencia. El cooperativismo per se no es revolucionario, intenta vivir el día a día de la mejor forma posible, pero viviendo de forma parecida a la sociedad que se promueve. Aquí también se requiere un cooperativismo vinculado a la transformación social, arraigado, combativo, y que sirva de elemento de propaganda y conexión con otros sectores de la sociedad. Si en vez de tantos trabajadores autónomos, por cuenta propia, tuviéramos un movimiento cooperativista en condiciones, y politizado, también nos cantaría otro gallo.
Otra manifestación del cooperativismo era las mutualidades. En nuestros tiempos en los que los permanentes recortes amenazan con echar al traste el estado del bienestar podremos ver pronto algún resurgimiento de aquellas sociedades de socorro mutuo. Ya comienzan a abrirse algunas clínicas gestionadas por gente de nuestro ámbito y hay otros proyectos (exclusión social, residencias de ancianos, etc.). Pero lo que realmente importa, como decían algunos artículos de prensa del anarcosindicalismo de los años 70, es tomar la Seguridad Social en manos de las organizaciones populares. Hospitales y escuelas deberían estar en manos de sus trabajadores y usuarias. Eso sí que sería revolucionario. Tomar el estado del bienestar en nuestras manos es de por sí subversivo. Y eso lo decían en los años 70.
Antes las cosas funcionaban de otra manera. Por ejemplo el sindicalismo revolucionario siempre intentaba tener una bolsa de trabajo. Era como controlar el INEM. Si controlabas la forma en la que las empresas contrataban los trabajadores, habías ganado. Todo el mundo se tendría que afiliar a tu sindicato. Esta es una de las razones de la enorme fuerza del anarcosindicalismo en ciertos territorios en los que podían hacerlo. Un sindicato que tenía una bolsa de trabajo, un economato, y algunas cooperativas aliadas, y hasta sindicato de jubilados, era toda una sociedad paralela.
El municipalismo libertario funciona de otra manera. También se basa en generar un contrapoder al del Estado. Aunque Bookchin era partidario de tomar la institución del ayuntamiento en caso de que el movimiento popular fuera fuerte y necesitara crecer más, pienso que no es necesario llegar a ese punto. Lo necesario es tener una serie de asambleas de barrio con verdadera vocación de contrapoder, de control de su barrio. El municipio, tal como está montado en el estado español, no tiene tanta capacidad de maniobra como nos pensamos. Está muy limitado desde arriba, y en cuanto se haga algo que no conviene puede llegar a ser disuelto. De todas formas es necesaria una institución equivalente que sea la voz del municipio. Esto lo puede hacer bien una federación de barrios. Siendo una confederación de municipios a niveles mayores. En este caso nos podemos encontrar el mismo problema de participación que con las asambleas de trabajadores. El asamblearismo funciona en momentos importantes, pero más allá decae y solo queda la gente más convencida.
Desde luego, que ahora mismo un proyecto municipalista debiera intentar converger con los demás movimientos en un proyecto revolucionario. Es importante saber entenderse entre las diferentes visiones tácticas. Pero sobretodo intentando impulsar algunos factores importantes como el de los servicios públicos, la bolsa de trabajo, las mutualidades y una red de cooperativas de su territorio. Creo que esto se puede hacer aquí y ahora. Pero como siempre, nos falta formación.
Por último otro de los factores que actualmente existe en el estado español y del que podría salir también otro contrapoder, es el de los pueblos okupados, cedidos o comprados que se van convirtiendo poco a poco en focos de autogestión rural. El tema es que como son proyectos pequeños apenas se toma en serio sus posibilidades tácticas. Se trata de unos centenares de personas esparcidas por un gran territorio rural semi-despoblado.
Pero estamos hablando de gente que suele estar bastante politizada, y que tiene claros los conceptos de autogestión y asamblearismo. Quieren organizar su sociedad libre aquí y ahora, y lo están haciendo. Apenas existe difusión de su trabajo, pero tienen sus redes y sus coordinadoras. Si tienen algún proyecto de trascender a su comunidad apenas se sabe. Lo que sabemos es que algunas escuelas rurales (oficiales) funcionan casi como escuelas libres debido a que lxs únicxs niñxs son de la comunidad que bajan al pueblo más cercano. Y así en otros ámbitos. Queda la sensación de que si formaran un sindicato agrario serían el sindicato mayoritario en varias comarcas. Pero estamos hablando de gente que no se plantea ser un contrapoder, sino que la dejen vivir su vida en paz. En este caso el trabajo necesario para organizar la revolución en estos territorios es político (qué se quiere hacer, cómo, con quien, para qué).
Es decir, que siendo “posibilistas” respecto a lo que tenemos aquí y ahora, en realidad hay varios organismos que si se coordinaran en un proyecto coherente en realidad podrían gestionar la sociedad. Se necesitan grandes dosis de formación en todos los niveles, y de voluntad de derrotar el Estado, y no dejarlo a un lado. La lucha es multifacética y debe construir sus propias instituciones post-revolucionarias a partir de lo que hay. Este es el reto de nuestros días.
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David Harvey, el intelectual “anticapitalista” que vino a remover las cabezas de los chilenos
Este geógrafo y crítico social, uno de los pensadores más influyentes de la realidad contemporánea, ofreció charlas en Valparaíso y Santiago, donde expuso su visión radical sobre el capitalismo y la especulación inmobiliaria, siendo correspondido con audiencias masivas.
Por ElMostrador
Lo hizo el sábado en Valparaíso, en el Festival Puerto de Ideas, cuya fundación lo trajo a Chile. Y lo volvió hacer el lunes, en la Casa de la Ciudadanía Montecarmelo, invitado por la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, en el marco del Ciclo Universidad, Arte y Ciudadanía.
En Valparaíso, donde dictó la charla El poder de lo urbano en un mundo desigual, repletó todos los niveles del Teatro de la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso con capacidad para unas 800 personas. En la explanada del ex convento Montecarmelo, en Providencia, lugar en que ofreció la conferencia Las contradicciones del capitalismo, se congregaron más de mil asistentes.
¿Qué hace que la presencia en Chile del geógrafo británico David Harvey, uno de los intelectuales y académicos de mayor peso de las universidades de categoría mundial, provoque tanto revuelo? ¿Su anticapitalismo? ¿Su lucidez a la hora de analizar el impacto urbano producto de la especulación financiera? ¿Su perspicacia cuando se trata de observar los cambios culturales del mundo moderno? Sin duda. Pero, ante todo, lo más importante son claramente sus ideas.
El Mostrador Cultura+Ciudad conversó con este geógrafo radical, autor de una de las obras centrales del pensamiento contemporáneo, The Condition of Postmodernity (La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural), en que trata una de sus teorías centrales, que sindica al boom inmobiliario como el artífice de una economía desigual, del endeudamiento de por vida por la falacia de la casa propia y, también, donde aborda las protestas de los movimientos sociales en el mundo, que han nacido como alternativa a la izquierda clásica.
EL RADICAL ROJO
¿De dónde viene el anticapitalismo de Harvey? Ciertamente no viene –ironiza el pensador– de “una supuesta inmoralidad de los capitalistas”, o de una postura política fundada en la creencia de que “en la izquierda están los buenos y en la derecha los malos”. Tampoco, de modo alguno, proviene de su cercanía con las teorías de Marx, cuestión que quedó meridianamente clara en los 80 cuando sacó el libro The limits to capital, una obra especialmente crítica con la tradición marxista por haber descuidado el impacto que tendría el capitalismo en lo urbano.
Su anticapitalismo –aclara– emana “del propio capitalismo”, de su funcionalidad y de cómo este impacta profundamente en el medio ambiente, en las ciudades y en la calidad de vida de la gran mayoría de las personas que no se encuentran entre el 10 % de los más ricos del planeta.
Con la certeza de que, por sus ideas, sus detractores suelen tildarlo de “comunista come guaguas”, cosa que le causa gracia por la estrechez intelectual de quienes las emiten, Harvey da sentido a su planteamiento a partir de las crisis que ha experimentado la economía mundial, a fines del siglo pasado y a comienzos de este, cuya causa y salvación se origina en el mercado de propiedades.
BOOMS INMOBILIARIOS
“En 1930 la crisis se gatilló en el mercado de las propiedades y solo recientemente fue reconocido en Estados Unidos”, afirma. Un año antes de que cayera la Bolsa –explica–, que fue seguida por la gran depresión de 1929, se “generó un enorme desempleo en el área de la construcción y el desarrollo urbano prácticamente se congeló”.
Para salir de esta crisis –relata– Estados Unidos resolvió comenzar a construir casas “y a proveerlas de todo tipo de cosas”. Y prosigue: “Pero ocurrió que las casas era difícil venderlas, así que en esos años se crearon instituciones financieras que permitieran un mercado hipotecario a futuro”.
Esto significó –de acuerdo a sus análisis– que las personas pudieron acceder a comprar viviendas y, de algún modo, se democratizó el acceso a la casa propia, “cuestión que resultó muy valiosa a nivel político”. Una de las claves para entender esto –precisa– es que el deudor resultó ser una persona que no protesta, entonces “tener viviendas pasó a ser la respuesta económica para salir de la depresión y también una respuesta política para bajar los niveles de descontento en la población”.
Esto no tomó cuerpo como política económica –sostiene– sino hasta 1945, cuando se dieron cuenta de que no bastaba sólo con construir casas, sino que se necesitaban autopistas, comenzó la preponderancia del automóvil y, así, la economía mundial, sostenida por Estados Unidos, emprendió la carrera hacia el gran crecimiento, a través de la urbanización del país, lo que trajo consigo la explosión del consumo. “Las casas había que equiparlas, equipar los estacionamientos y, para ello, se inventaron nuevas herramientas financieras de crédito”.
David Harvey en la Casa de la Ciudadanía Montecarmelo
ROTACIÓN DEL DINERO
Una de las máximas de nuestro sistema económico, es la necesidad de acelerar el crecimiento de capital. Harvey explica que para darle mayor rentabilidad al capital, el dinero debía moverse más rápido. Hoy en día –argumenta– esta celeridad se aprecia en la tecnología, donde todo rápidamente queda obsoleto, de tal manera que para las empresas no es negocio hacer artículos que duren 150 años porque, de esa manera, se anula el mercado. En los años 70 y 80 –continúa su análisis– se produjo una nueva crisis inmobiliaria, de modo que el capital debía reinventar su inversión y se orientó a las empresas de tecnología: Microsoft, Apple, Amazon, etc.
La consecuencia fue que aumentó de manera sorprendente el capital circulante. “Los capitalistas se llenaron de dinero metálico, se produjo un exceso de liquidez, pero su afán ya no era invertir en producción, lo que podía ser muy riesgoso, sino que la solución vendría de la inversión en activos, entonces volvieron a meterles mano a las inmobiliarias”, asevera.
“Ya en los 2000 se volvieron a crear nuevas instituciones financieras, como la securitizaciónde las hipotecas”. ¿Que pasó? “Pasó que la gente comenzó a hipotecar por segunda vez su propio inmueble, de modo que si la hipoteca era de 200 mil dólares y ahora el avalúo era de 300 mil, se hipotecó el inmueble por esa cantidad. El excedente se usó para pagar los estudios de los hijos, otra arista secuestrada por la especulación financiera, y al poco tiempo, los deudores no pudieron pagar. Más de 7 millones de personas perdieron sus casas, las instituciones financieras quebraron”, precisa.
¿Cómo salir de la crisis? Nuevamente lo mismo, señala Harvey: “Del propio mercado de capitales”.
EL 10 POR CIENTO MÁS RICO
La diferencia –sostiene el académico– con las experiencias anteriores fue que el boominmobiliario se concentró en inmuebles para los más ricos. “Comenzaron a construirse condominios solo para millonarios. La paradoja es que los millonarios las compraban no para vivir, sino como activos”. ”
“Hoy, si caminas por la noche en Manhattan, verás edificios completos que no tienen una luz prendida”, detalla.
¿Pero eso pasa en Estados Unidos o en Europa? En lo absoluto, dice. “Basta con mirar qué pasa en Quito y en Santiago de Chile, desde luego”.
Mientras la economía encuentra su estabilización en la urbanización para el 10 por ciento más rico –explica el geógrafo radical– la consecuencia nefasta la sufren las personas pobres, que por medio de la especulación financiera se ven obligadas a endeudarse de por vida y, si eso fuera poco –recalca–, “son expulsadas de los lugares que tienen un alto valor, por lo que tienen que vivir muy lejos de los centros urbanos, que es donde está el trabajo, con la consecuente disminución de la calidad de vida”.
MOVIMIENTOS SOCIALES
Por esta razón –concluye Harvey–, se está generando una enorme insatisfacción en las personas que viven en centros urbanos y “esa es la causa de las protestas de los últimos 15 años. La gente ha salido a la calle en España, en Chile, en Londres. Y lo ha hecho por la calidad de vida, lo que se suma al impacto rotundo en el medio ambiente”.
“Hay una reacción frente a la situación de la gente que se siente encarcelada por todos los atropellos a sus derechos ciudadanos, pero tiene adentro un germen de otra política: hay un rechazo también al modelo neoliberal que se está expresando fuera de la izquierda clásica y creo que cada vez se está expresando más a través de movimientos que toman en cuenta la vida cotidiana, la vida social”, finaliza.
http://www.elmostrador.cl/cultura/2014/11/13/david-harvey-el-intelectual-anticapitalista-que-vino-a-remover-las-cabezas-de-los-chilenos/