Cuando los trabajadores chilenos dirigieron sus fábricas
por Mauricio Becerra, El Ciudadano
El libro de Sandra Castillo Soto ‘Cordones Industriales’ da cuenta de la inédita experiencia de control popular de la producción y de gestión del territorio de la ciudad durante el gobierno de la Unidad Popular. Al día del golpe de estado había 31 cordones a lo largo del país.
En una época en que palabras como político o democracia provocan un bostezo contagioso o que las relaciones laborales, sobre todo en Chile, han reducido la labor sindical a conseguir mejoras salariales, es interesante dirigir la mirada a los cordones industriales que surgieron en el gobierno de la Unidad Popular.
La experiencia de control obrero de la producción provocó que fábricas de textiles caros como Yarur reorientaran su trabajo a producir sábanas para los campesinos de la zona central de Chile o que la conservera Perlak creara una sopa nutritiva para los niños pobres de Chile. El dibujo para la publicidad de la sopa fue diseñado por un obrero de la fábrica.
Dichos espacios de poder popular fueron una experiencia inédita en el Chile y su origen es situado por la historiografía cuando la industria conservera Perlak fue tomada por sus trabajadores para exigir que ésta pasara al “área social” del Estado en junio de 1972. Como su demanda concitó el apoyo de operarios de otras fábricas de Cerrillos y Maipú, experiencias previas de coordinación del Comando Coordinador de las Luchas de los Trabajadores del Cordón Cerrillos-Maipú, derivan en la creación del Cordón Industrial Cerrillos-Maipú, en el que también participarían campesinos y organizaciones vecinales de la zona.
Trabajadores de la Industria Perlak presentando una sopa para niños desnutridos de Chile creada tras tomarse la fábrica.
En respuesta al desabastecimiento de productos y sabotaje a la producción generado por el Paro de Octubre de 1972, la experiencia se extendió y multiplicó en Santiago y otras ciudades chilenas. Cada cordón era formado por un grupo de fábricas que coordinaban en red el trabajo de los obreros de una misma zona. Se calcula que al Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, en todo Chile se habían formado 31 cordones; ocho de los cuales estaban en Santiago.
El libro de Sandra Castillo Soto Cordones Industriales (Ediciones Escaparate) ofrece una breve historia de los cordones industriales como espacios de experiencia de control popular de la producción y de la ciudad, dando cuenta de la lucha por el control obrero y de las relaciones establecidas entre los trabajadores y las organizaciones territoriales.
Sandra es Licenciada y profesora de Historia. Su interés está puesto actualmente en la sociabilidad popular en el cordón Industrial Cerrillos Maipú, con especial énfasis en el despertar de la solidaridad social que acompañó la experiencia de los Cordones Industriales.
AL BORDE DE LA INSTITUCIONALIDAD
El libro se inicia con el triunfo de la UP y la Vía Chilena al Socialismo. La autora discute la historiografía del período que ha analizado la caída del gobierno de Salvador Allende sólo considerando la institucionalidad estatal o de partidos vigentes. Lo que el historiador Peter Winn determinó como la ‘revolución por arriba’, tuvo su envés en la ‘revolución por abajo’ que no sólo en sus espacios se constituyeron en un lugar de poder y gestión, sino que para el paro de Octubre de 1972, considerado el año decisivo tanto para los partidarios de la UP como sus detractores, jugaron un importante rol en la superación de los problemas de desabastecimiento y sabotaje promovidos por la derecha chilena.
La revolución por abajo también tensionaron las habituadas forma en que la izquierda partidaria y la CUT respondían a estas dinámicas de organización popular. A juicio de la autora, se trató del ejercicio de la democracia directa y el desenvolvimiento de un proyecto político popular que desbordó al gobierno de Allende.
Así, los cordones industriales se enmarcan en un proceso de transformaciones económicas, políticas y sociales que puso a los obreros en el centro de las acciones. El sindicato así se constituyó en un importante espacio de discusión y de decisiones sobre la fábrica y su entorno.
Los cordones industriales crecieron en un borde. No sólo su emergencia fue en el límite geográfico de la ciudad, alejados del centro (Alameda, centro cívico, Palacio de Gobierno), sino que por fuera de esa misma institucionalidad que el Paro de Octubre de 1972 había tensionado: Los trabajadores trataron de dar respuesta a la escases de productos provocados por el paro empresarial tomándose las fábricas, o sea, primó la función social por sobre la propiedad. Al mismo tiempo, tuvieron que generar formas de organización entre sus compañeros, los trabajadores de la fábrica de al lado y la de más allá. También participaron los vecinos y campesinos del sector. Toda esta organización por sobre las instituciones obreras, como la CUT, y mucho más allá de los partidos políticos de la Unidad Popular. Tanto lo legal propietario como lo institucional partidario se vieron sobrepasados por está inédita forma de poder popular.
Ya en 1973, cuando las fuerzas del golpe estaban en plena marcha, los cordones se abocaron a la defensa del gobierno popular. Pese a reconocer la diferencia de estrategia con el gobierno de Allende, los trabajadores le siguieron siendo leales. El libro de Sandra Castillo concluye con el golpe y la caída de la UP, lo que invita a nuevas investigaciones de la inédita experiencia de control obrero y qué tienen para decirnos para la configuración de una democracia efectivamente participativa y convocante.
Fuente: http://www.elciudadano.cl/2015/12/13/241098/cuando-los-trabajadores-chilenos-dirigieron-sus-fabricas/
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