Vacaciones en el Sol: Bitácora de un viaje al Sudeste Asiático

La canción ‘holidays in the sun’ de los Sex Pistols termina diciendo algo así como ‘A cheep holiday in other peoples misery’ (vacaciones baratas en la miseria de otros). En esta bitácora hablaré de las impresiones obtenidas luego de un viaje de pasajes gratis que emprendí al alucinante Sudeste Asiático, específicamente a Indonesia, Malasia, Camboya y Tailandia.

Como pretender hablar de la cultura de un país en una visita de sólo semanas es bastante pretencioso, me enfocaré en los elementos que me parecen importantes de analizar desde ECONONUESTRAS, en este caso: una reflexión crítica en torno al turismo, del que también fui parte.

Decía ‘alucinante’, porque la vida y la historia allá, 12 horas más cerca del sol, genera naturalmente mucha admiración. Por su valor histórico: desde sus glorias de hace mil años (como deslumbran los templos de Angkor), pasando por la colonización europea de la que fueron víctima (holandeses en Indonesia, ingleses en Malasia y Tailandia, y franceses en Camboya) debido al interés geopolítico que despertaba en las potencias del comercio de la época, hasta las guerras entre países vecinos y las revoluciones y guerras internas (mención especial para la tiranía antipopular de Pol Pot). Por su suculenta cultura: desde la comida y la arquitectura hasta sus múltiples expresiones religiosas. Por sus vertiginosos cambios actuales: al adentrarse en el concierto neoliberal global, además de la influencia que está ejerciendo el imperialismo chino. Pero más que todo: por la alegría y sencillez de su gente que, junto al clima y los cautivantes escenarios, recuerdan el abrazo caluroso que se percibe en la cintura de nuestro subcontinente latinoamericano.

Tourism is exploitation

Pero lamentablemente, ‘alucinar’ tiene también otra acepción: la generación de una imagen falsa en la mente. Y es que, a primera vista, cuesta discernir entre lo real y lo que es una maqueta construida para el turista. Es evidente que cada vez que uno visita otro territorio, ciudad, país o continente, se va a encontrar con sitios maquillados para deleite de las hordas de turistas, pero otra cosa es la profundización de un proceso que algunos llaman aculturación. En el caso del Sudeste Asiático, específicamente Tailandia, el impacto de la invasión mayoritariamente blanca ha generado un proceso de occidentalización que impide diferenciar entre la cotidianidad local y algo que parece una completa adecuación a los intereses del extranjero.

La fauna local encadenada es una postal típica del turismo no sustentable. Imagen: Leopardo en las calles de Kanchanaburi, Tailandia, por econonuestras.

Todos los países visitados están sumándose al devastador proceso de la globalización neoliberal. Malasia fue el primero, luego Tailandia y últimamente va despertando el gigante conjunto de islas de Indonesia junto al golpeado pueblo de Camboya. Por ello, es que el Neoliberalismo y sus antivalores se manifiestan en el comportamiento de huéspedes y parásitos.

La aculturación es uno de estos comportamientos asociados al creciente turismo en la zona gestionado con una visión neoliberal. Y las amenazas al valor cultural no se quedan allí: también están relacionadas con la mercantilización de las tradiciones, la imitación de la cultura extranjera y la adecuación de sus patrones de consumo, lo cual además impacta el medio ambiente. Será difícil olvidar a esos monos con una dieta a base de pan y coca cola, cortesía de los turistas y los mismos guías.

Y es que cuando un país ha sido mediáticamente liderado por un multimillonario que opina que “un país es una empresa y una empresa es un país”, no debiesen extrañar las consecuencias que la mentalidad empresarial cortoplacista-en-búsqueda-de-la-ganancia generan en la sociedad. Me refiero a Tailandia, y aquella cita corresponde al llamado ‘Berlusconi tailandés’: Thaksin Shinawatra, ex primer ministro culpable de corrupción, actualmente autoexiliado en Dubai. La venia de las autoridades sumado a la parsimonia del turista generan un cóctel tóxico.

Ya en Chile, muchos me comentaron la similitud que tiene el caso de Tailandia con el de Cuzco en Perú, y también con el de San Pedro de Atacama en Chile, donde se ha difuminado la esencia incaica y atacameña, respectivamente. En el caso de la ex capital del Tiwantinsuyo, el centro histórico es privativo para el disfrute del turista, con bares y discotecas exclusivas para visitantes, ocultando la realidad que se vive a 20 minutos en combi hacia los alrededores de la ciudad marrón.

Volviendo a Tailandia, párrafo especial merece ese turista fácilmente caricaturizable: alrededor de los 60 años, barrigón, pelo cano, de short y sandalias, que no tiene interés alguno en las ruinas o en la rica cultura thai, sino que prefiere deambular en los barrios rojos tailandeses. El país siamés es considerado uno de los referentes del turismo sexual mundial, con especial énfasis en la explotación sexual infantil. La combinación entre cuantiosos dólares transformados en bahts (la moneda tailandesa) y la pobreza de la mayoría de la población asiática, generan una simbiosis difícil de romper en torno al comercio sexual.

Y es que el dinero extranjero, en países que son considerados como ‘baratos’ por el mundo desarrollado, fabrica una forma subterránea de colonialismo por la dependencia hacia los desembolsos del extranjero, donde las cadenas de servicios y productos están hechas a la medida del turista.

La empatía es sustentable

Por lo anterior, es que uno de los tópicos pendientes en la economía crítica es la investigación en torno al turismo sustentable. Hay muchos proyectos sostenibles llevados a cabo por comunidades que quieren enseñar su cultura, mostrándose pero sin negociar sus formas de vivir. Se abren al mundo y a la vez abren mentes, abrazando los beneficios a corto plazo, pero sin tranzar el largo plazo, el medio ambiente, la cultura, la identidad, su autenticidad y belleza.

Si se tiene la oportunidad de salir del hogar, aunque sea a la plaza más cercana, el mensaje es el mismo: empatía. Porque aunque suene a una conclusión liviana, después de todo tratar otro hogar como si fuera nuestro, establece el piso mínimo desde el cual se puede generar una transformación en nuestro rol como visitantes. Empatía como un comienzo: con estos otros mundos, con los cuales tenemos mucho más en común, sin obviar la sabrosa y necesaria diversidad. Empatía, para recordar que la pobreza en ningún lado es bella o ‘folclórica’, porque es resultado de la opresión y la explotación, ya sea laboral, medioambiental, sexual, o cultural. Empatía: porque lo primero es aprender a saludar en su idioma y, sobre todo, a dar las gracias.

PD: Ah! Y para los misóginos que me han preguntado: sí, conocí a las minas camboyanas. He aquí una foto de aquellas que aún son protagonistas de la historia de aquel cándido país, minas antipersonales que cobraron tantas vidas y mantienen mutilados a muchos habitantes de las zonas rurales de Camboya, muchos de ellos niños. Nunca está de más reemplazar los epítetos sexistas por un poco de realidad histórica.

En la parte superior de la imagen aparece una foto de Aki Ra, ex niño soldado, hoy dedicado a desactivar minas antipersonales, las cuales pueden observarse en la parte inferior. Imagen: Museo de Minas en Siem Reap, Camboya, por econonuestras.

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