Archivos Mensuales: julio 2012
Quién decide la realidad? Artículo publicado en elmostrador.cl en el contexto de la discusión del salario mínimo
La discusión sobre el salario mínimo se plantea como un debate sobre el límite y sobre los efectos perversos de acciones bien intencionadas: la pregunta es cuán lejos podemos realizar nuestras intenciones de aumentar el sueldo mínimo —intención que todos los sectores asumen tener—, sin que aparezca el efecto indeseable de un mayor desempleo.
Así planteada la discusión sobre el salario mínimo se niega que ésta tenga algo que ver con el clásico conflicto de intereses entre capital y trabajo: no es que unos pretendan mantener un sueldo mínimo bajo, porque defienden intereses egoístas —asociados a la acumulación mezquina del capital—, mientras que los otros, opuestos a aquéllos, pretendan elevar el sueldo mínimo intentando defender los intereses de los trabajadores. Quien así plante las cosas estaría fuera de tiesto, preso de ideologías añejas. No, no se trata de un tal conflicto, pues según se plantean las cosas, todos y cada uno —sea de derecha o de izquierda— tienen el mismo interés y la misma buena intención: subir el sueldo mínimo al máximo posible.
Sólo de este modo, reza el modo en que se plantean las cosas, se pueden defender verdaderamente los intereses de los más pobres. Quienes, de hecho, crean —llevados por sus buenas intenciones o por ideologías de justicia social— defender esos intereses exigiendo un sueldo mínimo más allá del “límite correcto”, no generarán sino precisamente lo contrario: mayor pobreza para los pobres. A este tipo de argumento Hirschman lo llamó la tesis de la perversidad, y corresponde ―desde la propia reacción a la revolución francesa― a uno de los argumentos predilectos de la retórica conservadora. Esa retórica proviene ahora, sin embargo, del neoliberalismo económico y su forma de entender el bien común y la solidaridad. No elevar “demasiado” el sueldo mínimo, no extralimitarlo, se transforma así en una verdadera política orientada en interés de los más pobres. Para ayudar a los más pobres no hay que buscar un sueldo mínimo justo sino únicamente uno correcto o conveniente.
De hecho nadie niega que el sueldo mínimo correcto sea un sueldo paupérrimo, o incluso injusto. De ahí que al mismo tiempo se abogue por políticas sociales de bonos, asistencias a las familias, y otras ayudas del Estado a los más pobres. De este modo, cambiar la política del reconocimiento de derechos sociales individuales basada en el principio de justicia —como es el de un salario mínimo justo— por una política del amor piadoso operada con la asistencia social y la ayuda focalizada, tampoco aparece como una cuestión ideológica, sino como una exigencia que impone una mirada responsable, no populista y desideologizada sobre el juego de variables económicas que tejen la trama de la realidad.
Este modo plantear las cosas implica la necesidad de recurrir a la ciencia económica, a los expertos en el comportamiento de dichas variables. Sólo éstos pueden establecer el límite, más allá del cual se genera el efecto perverso del desempleo. Sólo ella puede limitar el interés por la justicia oponiéndole la fría realidad de cómo interactúan tales variables: Todos quisieran un sueldo mínimo justo, pero lo único responsable es aspirar al sueldo mínimo técnicamente correcto.
La política que plantea así las cosas se transforma en la representante de la técnica económica. Es política, sin duda, hecha por políticos profesionales, pero su acción política se orienta, de una parte, a defender la voz experta y, por otra, a eliminar discusiones políticas en materias que debiesen ser discutidas de modo estrictamente técnico, so pena de ser irresponsable. Se trata de una política de la no política; de una política cuya ética resulta del apego estricto a la técnica económica neoliberal. Es, en todo caso, una política del modelo económico. Max Weber opuso la ética responsabilidad a la ética de la convicción, valorando la primera contra la segunda: la ética de la responsabilidad exige conformarse, nos guste o no, con el sueldo mínimo correcto. La ética de la convicción ―irresponsable, por muy bien intencionada que sea― exige un sueldo mínimo justo (léase aquí, por sobre el límite de lo correcto). La transición chilena a la democracia y la así llamada renovación socialista se estructuraron bajo esta dicotomía weberiana; ello para excluir las exigencias de justicia y democracia del pueblo que se había movilizado contra la dictadura. Nuevamente, no se trata de diferencias de intereses, sino sólo de dónde ubicar los límites. La consigna fue y es “en la medida de lo posible”. Si antaño debía respetarse la fragilidad de la democracia, hoy debe respetarse la fragilidad de la economía. En ambos casos hay expertos que saben bien sobre tales fragilidades.
Ahí donde habla la técnica, no puede haber discusión pues es irracional discutir sobre las verdades tecno-científicas que hablan sobre los límites posibles de la realidad. Desde Hannah Arendt hasta Jürgen Habermas y Luc Boltanski esto se ha identificado como una de las patologías del mundo moderno: ahí donde los ciudadanos debían discutir sobre las reglas que querían darse a sí mismos para configurar su realidad, ahí la ciencia y la técnica les impone una noción de realidad externa, fetichizada, a la que sólo cabe conformarse, tratar de capear cuando se torna agresiva. Los designios de esta realidad sólo pueden ser descifrados por expertos, cuando pueden. El lenguaje de políticos y expertos para hablar de la crisis económica es, de hecho, muy similar al que se usa frente a catástrofes naturales.
El sueldo mínimo no debiese subirse más allá del límite de lo conveniente, reza esta forma de plantear las cosas. No sólo porque se puede generar desempleo, sino que además porque estaríamos ante un posible frente de mal tiempo, frente a una crisis, cuyas consecuencias en la economía nacional no son previsibles. Bajo estas circunstancias, no es recomendable, por tanto, realizar modificaciones en las variables de una economía, como la nuestra, elogiada por su excelente desempeño. Un día se escucha este elogio y ello hace pensar que puede elevarse el sueldo mínimo hasta un sueldo mínimo justo (cercano a él); al otro día se escucha que la crisis nos amenaza y que no es conveniente elevar el sueldo mínimo más allá del sueldo mínimo correcto. En cualquier caso, son expertos los encargados de interpretar y definir qué y cuál es la realidad.
Sin que hasta ahora seamos conscientes de ello, es precisamente esta capacidad de ciertos grupos de definir la realidad y sus límites lo que se pone cada vez más en el centro del debate. El movimiento estudiantil chileno realizó esta novedad y precisamente por ello no responde estrictamente a las viejas ideologías comunistas, como varios han dicho. Ese movimiento puso en otro lugar los límites de lo real y, con ello, de lo posible. Ese movimiento vino a disputarle ―a políticos y expertos― la capacidad de definir la realidad. De este modo los límites de la acción política responsable se transformaron. Se transformó así la definición de cómo ocuparse del bien común y del bienestar de los más desposeídos. La gran disputa política de nuestro tiempo es una disputa por la realidad. La consigna de los movimientos sociales no es tanto “otro mundo es posible”, como “otra realidad es posible”.
Nora Sieverding, Laboratorio de Teoría Social y Política. Mauro Basaure, Universidad Diego Portales
http://www.elmostrador.cl/opinion/2012/07/18/el-salario-minimo-y-la-definicion-de-la-realidad/
Negocio = Negación del Ocio. Lea el siguiente artículo que se pregunta ¿Por qué trabajamos tanto si es el siglo XXI?
Si hay algo en lo que prácticamente coincidían antaño todos los futurólogos, es que en el siglo XXI se trabajaría muchísimo menos. ¿Qué habrían pensado, de haber sabido que en 2012 la jornada laboral de 9 a 5 se ha convertido en algo más parecido a de 7 de la mañana a 7 de la tarde? Se trata de una cuestión a la que no responden adecuadamente la derecha o la izquierda oficial.
Seguramente habrían echado un vistazo en torno suyo y habrían visto cómo la tecnología tomaba el control en muchas profesiones en las que anteriormente se necesitaba una ingente mano de obra, habrían contemplado el aumento de la automatización y la producción en masa, y se habrían preguntado, ¿por qué pasan doce horas al día en tareas de poca filfa?
A los conservadores siempre les ha gustado pontificar acerca de la virtud moral del trabajo duro y buena parte de la izquierda, concentrada en los terribles efectos del desempleo masivo, ofrece comprensiblemente “más empleos” como solución principal a la crisis. Anteriores generaciones habrían encontrado esto perdidamente decepcionante.
En casi todos los casos, los utopistas, socialistas y demás futurólogos creían que el trabajo acabaría por quedar casi abolido sobre todo por una razón: podríamos dejar que lo hicieran las máquinas. El pensador socialista Paul Lafargue escribió en su breve tratado mordazmente titulado El derecho a la pereza (1883):
“Nuestras máquinas, con aliento de fuego, con brazos de incombustible acero, con maravillosa fecundidad inagotable, ejecutan con docilidad por sí mismas su sagrada labor. Y no obstante, el genio de los grandes filósofos del capitalismo sigue estando dominado por los prejuicios del sistema salarial, la peor de las esclavitudes. No comprenden todavía que la máquina es la salvadora de la humanidad, el dios que redimirá al hombre de alquilarse para trabajar, la divinidad que le otorgará ocio y libertad”.
Oscar Wilde estuvo evidentemente de acuerdo: en su ensayo de 1891, El alma del hombre bajo el socialismo, desdeña “el disparate de lo que hoy se escribe y dice acerca de la dignidad del trabajo manual”, e insiste en que “el hombre está hecho para algo mejor que repartir mugre. Todo el trabajo de esa laya debería realizarlo una máquina”. Deja bien claro lo que quiere decir:
“La maquinaria debe trabajar para nosotros en las minas de carbón, y ocuparse de todos los servicios sanitarios, y ser fogonero de los vapores, y limpiar las calles y llevar mensajes los días de lluvia y realizar todo lo que sea tedioso o penoso”.
Tanto Lafargue como Wilde se hubieran sentido horrorizados de haberse dado cuenta que, sólo veinte años después, el trabajo manual mismo se convertiría en ideología de los partidos laboristas y comunistas, que se dedicaron a glorificarlo en lugar de a abolirlo.
En esto también, sin embargo, la idea consistía en que finalmente quedaría substituido. Tras la Revolución Rusa, uno de los grandes defensores del culto al trabajo fue Aleksei Gastev, un antiguo metalúrgico y dirigente sindical que se convirtió en poeta, publicando antologías de títulos como Poesía de la planta de producción. Se convirtió en el entusiasta principal del taylorismo, la técnica estadounidense de gestión habitualmente criticada por la izquierda por reducir al trabajador a una simple pieza de la máquina, dirigiendo el Instituto Central del Trabajo, con patrocinio del Estado.
Cuando le preguntó por ello el izquierdista alemán Ernst Toller, Gastev contestó: “Tenemos la esperanza de que gracias a nuestros descubrimientos lleguemos a un estadio en el que un trabajador que antes trabajaba ocho horas en determinado empleo sólo tenga que trabajar dos o tres”.
En algún momento de la cadena esto quedó olvidado en beneficio de los supermusculosos estajanovistas que ejecutaban proezas sobrehumanas de extracción de carbón.
Los teóricos industriales de EEUU, por raro que parezca, parecían compartir la visión socialista. Buckminster Fuller, el diseñador, ingeniero y polifacético sabio norteamericano, declaró que la “ecuación industrial”, es decir, el hecho de que la tecnología faculta a la humanidad para hacer “más con menos”, pronto eliminaría la noción misma de trabajo por completo. En 1963 escribió:
“[D]entro de un siglo, la palabra ‘trabajador’ no tendrá ningún significado actual. Será algo que haya que mirar en un diccionario de principios del siglo XX”.
Si eso ha resultado cierto de los últimos diez años, lo ha sido sólo en el sentido de “hoy en día somos todos de clase media” del Nuevo Laborismo, no en el sentido de eliminar de veras el trabajo de poca monta, o la división entre trabajadores y propietarios.
Los sondeos llevan mostrando desde hace mucho que la mayoría de los trabajadores piensan que sus empleos son irrelevantes, y echando un vistazo a las disputadas vacantes de la oficina de empleo media —personal de oficinas de atención telefónica al cliente, archivista y, sobre todo, las diversas tareas de la industria de servicios— es difícil no estar de acuerdo.
Sin embargo, la visión utópica de la eliminación del trabajo industrial ha pasado de muy diversos modos a mejor vida. En la última década, las acerías de Sheffield producían más acero que nunca con una mínima fracción de su antigua mano de obra; y los puertos de contenedores de Avonmouth, Tilbury, Teesport y Southampton se deshicieron de la mayoría de los estibadores, pero no del tonelaje.
El resultado no fue que los estibadores o trabajadores siderúrgicos se vieran libres, tal como dijera una vez Marx, para “cazar por la mañana, pescar por la tarde y dedicarse a la crítica después de cenar”. Por el contrario, se vieron sometidos al oprobio, la pobreza, y la incesante preocupación de buscar otro empleo que, caso de conseguirse, podía ser inseguro, mal pagado, no sindicalizado, en el sector servicios.
En la presente era del trabajo eventual, esta es prácticamente la norma, de modo que la idea del empleo seguro, cualificado y el orgullo en el trabajo no parecen tan horribles. No obstante, el movimiento obrero se consagró en otro tiempo a la abolición última de todo trabajo de poca entidad, tedioso, agotador.
Disponemos de las máquinas para convertirlo hoy en realidad, pero carecemos de la voluntad.
Por Owen Heatherley
http://www.theclinic.cl/2012/07/16/por-que-trabajamos-tanto-si-es-el-siglo-xxi/
26° Capítulo de Econonuestras 16-jul-2012
Es la realidad, y no la economía la que se equivoca? «Economía Chamánica» artículo de Luis Casado para elciudadano
Hubiese podido llamarla “economía de la superstición”, o aún “economía religiosa” o “metafísica”, pero dejémosla en “chamánica”, paso a explicar por qué.
El chamanismo es una práctica centrada en la mediación entre los humanos y los espíritus sobrenaturales: las almas de los muertos, de los niños por nacer, de los enfermos que hay que devolver a la vida, etc.
El intermediario encargado de la mediación es el Chamán, suerte de sacerdote dotado de la capacidad de comunicar con los espíritus, capacidad que proviene por lo esencial de la fe de quienes le tienen por tal.
Con la “ciencia económica” sucede algo parecido. Desde luego la “ciencia económica”, -como los espíritus sobrenaturales-, no existe, y su supuesta capacidad para interpretar los fenómenos económicos, el comportamiento de los agentes económicos o las vicisitudes de los llamados “mercados”, reposa por lo esencial en la fe, -los economistas hablan de “confianza”-, de quienes les escuchan.
En los EEUU, en Europa, en América del Sur, por todos los sitios todo el mundo se pregunta qué es lo que les está cayendo sobre la cabeza, cuales son la causas de la interminable crisis que trae consigo un cortejo de desempleo, miseria e incertidumbre para los más, y una indescriptible concentración de riqueza y privilegios para unos pocos.
Los economistas elucubran toda suerte de explicaciones, apoyándose en teorías cuya relación con la realidad ni siquiera formó parte de las preocupaciones de quienes las elaboraron. Con esto quiero decir que los economistas se prestan para justificar el orden de cosas establecido a título oneroso: porque les pagan para eso. Pruebas de lo que avanzo han sido puestas en evidencia en casos en los que están involucrados los más reputados “profesores” de economía de los EEUU, y muy particularmente los de Harvard. No necesitamos mejor prueba que l documental “Inside job”, de Charles Ferguson (2010).
La pretendida “ciencia económica” tiene como gurú al economista francés Léon Walras (1834-1910), a quién sus estudios matemáticos deben haberle desordenado la estructura de las sinapsis neuronales.
Walras, quién es presentado a menudo como el fundador de la economía matemática, intentó analizar y describir el funcionamiento de las sociedades humanas, -que a priori no se ocupan de nada más que de producir, vender y comprar-, en términos matemáticos.
Hoy en día hablaríamos de una especie de modelización matemática en la que algoritmos bien elegidos permitiesen alcanzar un objetivo predeterminado: conocer el comportamiento del clima, comprender la conducta de los agentes económicos (es decir del ser humano) y, sobre todo, establecer las condiciones del equilibrio de los mercados lo que, sin exagerar y apoyándose en las exégesis dedicadas a Walras y a sus teorías, puede asimilarse al paraíso en la tierra.
Pero, se diga lo que se diga, las teorías de Walras no tuvieron, ni tienen, por objeto la realidad, sino la construcción de un modelo “ideal”. Si la realidad no corresponde al modelo, la explicación es muy sencilla: la realidad se equivoca. George Stigler, premio Nobel de economía 1982, osó decirlo con todas sus letras: “No es la teoría la que se equivoca sino la realidad”(sic).
Según André Orléan, reputado economista francés contemporáneo, en la teoría walrasiana “El objetivo buscado no es describir la realidad económica como es, sino reconstruir el cuadro ideal, puro, de la objetividad mercantil y de sus consecuencias” (André Orléan. “L’empire de la valeur”. Ed. du Seuil. Paris, 2011. Pag. 109).
Para justificar sus aserciones, -en el sentido que Walras está en otro mundo, o al menos en algún sitio que no tiene nada que ver con la realidad-, André Orléan cita un pasaje del propio Walras en el que este demuestra que tenía una cierta consciencia de ello:
“El método matemático no es el método experimental, es el método racional. Las ciencias naturales propiamente dichas ¿se limitan a describir pura y simplemente la naturaleza y no salen de la experiencia? Les dejo a los naturalistas el cuidado de responder a esta pregunta. Lo que es seguro, es que las ciencias físico matemáticas, como las ciencias matemáticas, salen de la experiencia una vez que le tomaron prestados sus tipos. Ellas abstraen de esos tipos reales los tipos ideales que ellas definen; y sobre la base de esas definiciones construyen a priori todo el andamiaje de sus teoremas y de sus demostraciones. Ellas vuelven, después, a la experiencia, no para confirmar, sino para aplicar sus conclusiones” (Léon Walras: « Éléments d’économie politique pure ou théorie de la richesse sociale ». Paris, Librairie Générale de droit et de jurisprudence, 1952, pág. 29).
El empeño de los economistas por darle algún carácter de cientificidad a lo que no es sino chamanismo, -o en el mejor de los casos una construcción teórica destinada a justificar el orden establecido-, les hace decir estas enormidades tan reñidas con la verdad.
Si en física utilizamos abstracciones o modelos ideales, como la noción de gas perfecto, modelo termodinámico que describe el comportamiento de todos los gases reales a bajas presiones, no es para determinar ese comportamiento de manera especulativa, sino para obtener un resultado que guarda alguna relación estrecha con la realidad, relación que no puede ser verificada sino en la experiencia.
Lo mismo ocurre con la noción de alto vacío (vide poussé, o high vaccum). Sabemos que en un sistema de alto vacío, -por ejemplo una mil millonésima de atmosfera-, quedan aún varios millones de moléculas por milímetro cúbico. A nadie en su sano juicio se le ocurriría construir sistemas especulativos sobra la base de esa noción, para “volver, después a la experiencia, no para confirmar, sino para aplicar sus (propias) conclusiones”.
El descubrimiento del neutrino, partícula elemental extremadamente evasiva, fue posible sólo gracias a la elaboración de una interpretación física basada en la ley termodinámica de la conservación de la energía.
Cuando Henri Becquerel y Pierre y Marie Curie descubrieron la radioactividad, las experiencias y las mediciones mostraron que la suma de las energías no cuadraba: faltaba algo. La explicación podía llevar a poner en duda la ley de la conservación de la energía, o bien, como hizo Wolfgang Pauli, suponer que había un elemento que nadie había detectado.
¿Qué hubiese hecho Walras? ¿Volver a la experiencia, no para confirmar, sino para aplicar sus conclusiones especulativas?
Si la radioactividad fue descubierta en 1896, la “desaparición” de una porción de energía fue establecida en 1914 por las mediciones de James Chadwick. Wolfgang Pauli emitió su hipótesis relativa a la existencia de una partícula indetectada en el año 1930, y sólo en 1956 Fermi y Reines lograron detectar, y probar, la existencia de los neutrinos. Sesenta años más tarde.
Algo similar ocurre con el bosón que llaman de Higgs (sería más apropiado llamarlo BEHHGK, para rendirle homenaje a los científicos que participaron en su descubrimiento teórico: Brout, Englert, Higgs, Hagen, Guralnik y Kibble). Entre el momento en que se emitió la hipótesis de su existencia y el momento en que los resultados experimentales entregan una fuerte probabilidad de haber constatado su existencia, se han sucedido múltiples investigaciones, experimentos, cálculos y trabajos prácticos y teóricos realizados por miles de científicos.
¿Qué sentido tendría, según Walras, haber pasado décadas investigando, construyendo monstruosos aceleradores de partículas que costaron decenas de miles de millones de euros si bastase con “volver a la experiencia, no para confirmar, sino para aplicar sus (propias) conclusiones”?
La economía estándar, la teoría del equilibrio general (TEG), Walras y sus seguidores nunca se tomaron el trabajo de verificar si la realidad coincide con sus resultados “teóricos”. Como queda visto, cuando sus dogmas chocan con la realidad, sostienen que es la realidad la que se equivoca.
Otra anécdota algo divertida que nos regala el empeño de los economistas chamánicos por parecerse en algo a la ciencia, fue protagonizada por Milton Friedman, premio Nobel de economía 1976 (El premio Nobel de economía no existe. Se trata en realidad del “Premio del Banco de Suecia en ciencias económicas en honor de Alfred Nobel”. Pobre Alfred Nobel: a él nunca se le hubiese ocurrido premiar a los economistas).
En 1994 Roger Penrose, profesor de matemáticas en Oxford, y Stephen Hawkings, profesor de matemáticas en Cambridge, sostuvieron un debate en el Instituto de ciencias Isaac Newton acerca de la naturaleza del universo.
Más precisamente sobre la naturaleza del espacio y del tiempo confrontando la visión relativista que defiende Hawkings a la visión cuántica que sostiene Penrose, prolongando así las discusiones que hace más de 75 años confrontaron a Niels Bohr con Albert Einstein.
En física entramos en una fase cada vez más especulativa, habida cuenta que las experiencias decisivas requieren energías que hoy en día están fuera del alcance de nuestras posibilidades. De ahí que las teorías se multipliquen alegremente, visto que no hay forma de verificarlas experimentalmente (teoría de las cuerdas, supersimetría, gravitación cuántica, geometría no conmutativa, etc.)
Puede que ese hecho haya llevado a Stephen Hawking, -en el marco de su debate con Roger Penrose-, a hacer una afirmación más que cuestionable.
Al exponer su punto de vista sobre la teoría clásica, Stephen Hawkings afirmó: “Yo adopto el punto de vista positivista según el cual una teoría física no es sino un modelo matemático del cual es inútil preguntarse si corresponde a la realidad” (Stephen Hawking & Roger Penrose. “The nature of Space and Time”. Princeton University Press).
De ese tipo de razonamiento se vale Milton Friedman para explicar su forma de ver la economía. En un artículo titulado “The Positive Economics”, el inspirador del neoliberalismo a la chilena y distinguido exponente de la tristemente célebre escuela de los “Chicago boys”, avanzó la curiosa tesis que sostiene que una teoría no debe ser probada por el realismo de sus hipótesis sino por el realismo de sus consecuencias.
Bernard Maris estimó que eso equivale a plantear que la Tierra es plana mientras esa hipótesis nos permita andar en bicicleta (« Lettre ouverte aux gourous de l’économie qui nous prennent pour des imbéciles ». Paris, Points, 1999).
Pero para el dogmatismo de Milton Friedman el irrealismo de las hipótesis es una ventaja: “Para tener algún valor, una hipótesis debe ser, de manera descriptiva, falsa en sus suposiciones”[1] (Milton Friedman. “Essays in positive economics”. University of Chicago Press. 1953).
En un caso más específico, los defensores de la irracionalidad económica corrieron a socorrer la “hipótesis de racionalidad sustancial”, alegando literalmente lo que sigue: “Poco importa que la hipótesis de racionalidad sustancial sea “falsa”, si ella constituye un buen instrumento para hacer predicciones.”
Las predicciones, he ahí la preocupación esencial de los economistas chamánicos. No se trata de economía, sino de jugar a Madame Soleil, a los videntes, a la astrología, la quiromancia y el esoterismo.
De eso se ocupa la “ciencia económica” que intenta convencernos cada día de que todo va bien, y mañana aún mejor. Ese tipo de economista no mira por la ventana, no se ocupa de la realidad, sino del “modelo ideal” que le permite elaborar conclusiones que luego busca imponerle a la realidad.
Si John Maynard Keynes les provoca alergia, reacciones extrañas, no se debe a que Keynes hubiese sido un perverso socialista colectivista, o un comunista en el sentido de Marx. Nada más lejos de eso.
Keynes siempre sostuvo que si sus ideas económicas le llevaban a considerar seriamente la necesidad de distribuir el producto en modo de asegurarle a cada cual una vida digna y a la sociedad una convivencia apaciguada, -amén de un crecimiento económico estable-, confrontado a una revolución social él defendería sin dudarlo un instante a su clase social, la burguesía.
Si Keynes es intragable a los ojos de los economistas chamánicos es por la sencilla razón que fue un brillante matemático. Su tesis en la Universidad fue consagrada a la Teoría de las Probabilidades, y en ella demostró que es imposible poner la vida en ecuaciones, o calcular el comportamiento del ser humano. A fortiori, aun menos realista el predecir el comportamiento futuro de los agentes económicos. De ahí proviene uno de sus aforismos más conocidos: “De mañana no sabemos nada, y a medio plazo estaremos todos muertos”.
¿Predicciones? Keynes hubiese respondido con una carcajada desdeñosa a tanta ignorancia arrogante.
Niels Bohr, célebre físico danés que contribuyó significativamente a la comprensión de la estructura del átomo y de la mecánica cuántica, se cachondeaba de los aficionados a las predicciones diciendo: “Las previsiones son muy difíciles, sobre todo cuando se trata del futuro”.
Contrariamente a los economistas, Niels Bohr conocía el principio de incertidumbre de Heisenberg, ese que estipula que el universo no es ni previsible ni determinista. El principio de incertidumbre fue teorizado por Werner Karl Heisenberg en 1927, pero los economistas aún no se enteran.
Volviendo a la “objetividad mercantil”, ella constituye, según Walras, el cuerpo de condiciones para que todo “cuadre” y se comporte como él desea que se comporte. Estas condiciones determinan un “mercado” que no existe y que no tiene ninguna posibilidad de existir.
Se trata de un mercado en el que la relación a las mercancías está concebida en un modo estrictamente utilitario, entendiendo por utilitario las finalidades vitales como alimentarse, tener una vivienda y vestirse.
Este mercado se impone, -una vez determinadas las utilidades individuales-, como el mecanismo que permite distribuir bienes escasos (la escasez es una punto de partida y de llegada: lo que abunda está fuera del modelo de mercado walrasiano) entre los consumidores, sin que este mecanismo afecte en modo alguno las finalidades privadas.
Todo este curioso andamiaje, -la “objetividad mercantil”-, reposa sobre cuatro hipótesis a las cuales, como vimos, no hay que pedirles ningún lazo con la realidad. Por el contrario, según Friedman, “Para tener algún valor, una hipótesis debe ser, de manera descriptiva, falsa en sus suposiciones” (Milton Friedman. Op. cit.).
Esas hipótesis definen:
a) Un conjunto de bienes perfectamente conocidos por todos los agentes económicos (hipótesis de nomenclatura de bienes). Poco importa que en la vida real muy pocos sepan que la elaboración del pan se hace con masas ácidas que son cultivos mixtos de bacterias ácido lácticas y levaduras que crecen de manera espontánea en los cereales, y aún menos que el funcionamiento de las pantallas de plasma de los televisores está basado en el uso de una mezcla de gases “nobles” como el argón y el xenón. Todo agente económico, según esta hipótesis de nomenclatura de bienes, conoce perfectamente todo sobre todos los productos, habidos y por haber.
b) Una representación común de la incertidumbre (hipótesis de nomenclatura de los estados del mundo). Si millones de chilenos (o argentinos, peruanos, armenios, caledonianos, etc.) no saben dónde se encuentra Tombuctú, ignoran el papel histórico de esa ciudad museo, y ni siquiera saben que cayó en manos de separatistas que se proponen destruir un patrimonio invaluable, para las teorías de Walras es como si lo supieran. Deben saberlo, por obligación, para que al mismo tiempo tengan una representación común de los estados del mundo y una evaluación similar en cuanto a la incertidumbre.
c) Un reconocimiento colectivo de los mecanismos que determinan los precios (hipótesis del secretario del mercado). Los precios son un dato: no se llega a ellos, simplemente son, y todo el mundo los conoce.
d) La adopción por parte de todos los agentes económicos de una concepción estrictamente utilitaria de las mercancías (hipótesis de la convexidad de las preferencias).
Agreguémosle a lo que precede otra característica no menor: se trata de un mercado en el que coexisten una miríada de pequeños productores de bienes y servicios mercantiles, productores que confrontan una miríada de consumidores individuales.
No hay ni grandes conglomerados, ni corporaciones, ni monopolios, ni carteles, ni entendimientos de ningún tipo entre los productores. John Kenneth Galbraith se hizo famoso en la primera mitad del siglo XX, entre otras cosas, precisamente porque le demostró a sus pares economistas que la economía de los EEUU estaba entre las manos de gigantescas corporaciones monopólicas. Hasta entonces los “expertos” no habían notado ese pequeño detalle.
Del lado de los consumidores tampoco hay, desde luego, ninguna central de compra, ni “grupón”, ni nada.
Como dice André Orléan, en este cuadro institucional los individuos no necesitan encontrarse, ni siquiera hablarse unos a otros. Su atención está concentrada sólo en los mecanismos objetivos de calidad y precio, que absorben toda la sustancia social. Es un mercado en el que jamás se encuentran vendedores y compradores. Un mercado muy curioso.
Como si fuese poco, los consumidores ni siquiera son influenciados por el fenómeno llamado “mimetismo” que conduce a comprar lo que otros compran, y que explica que nos presenten fotos de tal o cual celebridad bebiendo esto o lo otro, o llevando un reloj de una u otra marca.
La publicidad y el marketing están excluidos del modelo, no tienen ninguna influencia, y si existiese alguien tan estúpido como para gastar dinero en publicidad, lo haría sólo para derrochar plata. Los consumidores de Walras son impermeables.
Cuando he afirmado que el mercado no existe, -lo que vuelvo a hacer ahora-, lo hago consciente de que el “mercado” del que nos hablan nunca existió ni tiene ninguna posibilidad de existir.
El modelo “ideal” elucubrado por Walras, -tan alejado de la realidad-, tiene como corolario inevitable el ser “ideal” para unos pocos, -los beneficiarios de la indescriptible concentración de riqueza y privilegios que mencioné mas arriba-, y definitivamente desastroso para la inmensa mayoría de la población.
Basta con mirar los resultados de treinta años de dominio sin contrapeso de las teorías de Walras, que en la vida cotidiana conocemos bajo la denominación de neoliberalismo.
Hasta la OCDE, ese organismo funcional a la irracionalidad, termina por convencerse y publicar, aunque algo edulcorada, la verdad:
“Estos tres últimos decenios, la parte del ingreso nacional constituida por los salarios y elementos accesorios del salario, -la parte del trabajo-, ha disminuido en la casi totalidad de los países de la OCDE.” (Perspectives de l’Emploi de l’OCDE 2012” – http://www.oecd-ilibrary.org/
Es en el marco de esta economía que he llamado chamánica que se genera toda una literatura destinada a convencernos de que no hay alternativa. Usando y abusando de la irracionalidad descrita en estas breves líneas los “expertos” vienen a explicarnos lo que no conocen, con el único propósito de justificar lo que nos resulta insoportable. Quieren hacer de nosotros miembros del culto pagano de la “ciencia económica”, esa que no existe.
Quienquiera critica los resultados de la economía chamánica sin cuestionar su irracionalidad, ni su evidente papel de instrumento de manipulación, termina siendo funcional a sus propósitos. Lamentar la desastrosa concentración de la riqueza, o el miserable nivel del salario mínimo, en el marco de las teorías walrasianas, no hace sino consolidar su influencia y facilita la labor de sus propagandistas remunerados.
Todos ellos, economistas, ministros, “expertos”, mandatarios, diputados, senadores, grandes empresarios y banqueros, ofician de chamanes, es decir de sacerdotes de esta religión.
Entre ellos hay incluso quienes se creen el cuento, como en la iglesia. Pero como en la iglesia, son los menos. La inmensa mayoría son conscientes de manejar una herramienta, un arma de dominación.
http://www.elciudadano.cl/2012/07/13/54969/la-economia-chamanica/
25° Capítulo de Econonuestras 9-jul-2012
Comparando Capitalismos: ¿Por qué América Latina no crece como Asia?
En 1980 la producción manufacturera anual brasileña era mayor que la de Tailandia, Malasia, Corea del Sur, India y China combinadas. En 2010, representaba un 10% en comparación con esos países. Una comparación sistemática de los países de América Latina con los de Asia da un resultado similar en las últimas tres décadas.
En el marco de la actual crisis mundial no es un dato secundario. ¿Cuestión cultural, histórica, de política económica o deficiente gestión? BBC Mundo dialogó con el académico de la Universidad de Cambridge Gabriel Palma, especialista en economía comparada, para intentar dilucidarlo.
En sus estudios los datos son concluyentes. El crecimiento económico de Asia ha sido sostenido en las últimas tres décadas. En el mejor de los casos, los países de América Latina crecen unos años y se desinflan: no pueden sostener ese crecimiento. ¿Por qué?
Si uno mira de la década del 80 a hoy día los países de crecimiento tradicional de Asia –Corea, Singapur, Malasia, Tailandia– han crecido un promedio de un 7% mientras que los de crecimiento nuevo –China, India, Vietnam– han crecido a un 9%. En comparación América Latina ha crecido a un 3 por ciento en este mismo período.
No es que los países de América Latina no puedan crecer. Lo han hecho. Argentina y Chile en los 90, Brasil y México en los 60 y 70, Perú en los 90, por nombrar algunos casos, han tenido tasas de crecimiento asiáticas.
La diferencia es que no las han sostenido en el tiempo. Diría que hay tres razones que explican esto.
La primera es la tasa de inversión privada que es un 30% del PIB en Asia: en América Latina es la mitad. El resultado es que la inversión por trabajador ocupado en la economía de Brasil es hoy menor que en el 80 mientras que en la India es 8 veces mayor y en China 12 veces mayor. El segundo punto es la política económica que en Asia es claramente keynesiana con tasas de cambio competitivas y tasas de interés bajas y estables.
La reforma económica en Asia, es decir la liberalización del comercio, la apertura financiera, fue pragmática, lenta, selectiva. En India la reforma se lanzó en los 80, pero la primera disminución de los aranceles de importación fue en el 87 y la primera apertura financiera en el 93.
Esto le dio tiempo a los agentes económicos para adaptarse a los cambios. En América Latina la reforma se adoptó como religión. Se hizo todo de la noche a la mañana. En dos o tres años estaban todas las reformas implementadas. El resultado fue un tremendo desbarajuste.
¿Pragmatismo asiático contra fundamentalismo latinoamericano, entonces? Algo más cultural e histórico que económico.
Hoy en día hay dos tipos de capitalismo. El angloibérico que aplicó todas las reformas religiosamente y el asiático que tiene una tradición pragmática que no se deslumbra con ideologías nuevas. Viajo con frecuencia a Asia y siempre he encontrado un claro escepticismo hacia el mesianismo de algunas fórmulas occidentales como la del Consenso de Washington y el neoliberalismo.
Esta actitud tiene un impacto muy claro en la política económica. Por ejemplo, la intervención en la fijación del tipo de cambio. Eso es fundamental para ellos. Mientras que en América Latina se acepta el fundamentalismo de que el mercado sabe más y se deja el tipo de cambio a merced de la oferta y la demanda con los resultados desastrosos que ha habido.
A pesar de este diagnóstico, según la CEPAL, América Latina ha crecido en esta primera década de este siglo bastante sostenidamente. ¿Hay un aprendizaje?
Esto se vincula al tercer factor que nos diferencia de Asia. En América Latina tenemos un espejismo con el mundo de las finanzas. En los años previos a la crisis, del 2002 al 2007, América Latina creció del 4 al 4,5% , pero el valor de los activos financieros –las bolsas de comercios, los bonos públicos y privados y los activos bancarios– crecieron más del 30% por año, es decir, cinco o seis veces más que el Producto.
Todo el mundo creía que eso era sostenible. Es el mismo espejismo que vivió el mundo desarrollado occidental: creer que las finanzas pueden crecer independientes de lo que pase con la inversión, la productividad y el cambio tecnológico, es decir, con la economía real.
Daría la impresión que lo cultural es importante también acá. El escepticismo y la independencia de juicio asiática debe responder en parte al hecho de que son ideas del lejano Occidente. América Latina pertenece a ese Occidente.
Mis amigos asiáticos tienden a minimizar lo cultural. Yo creo que es importante, pero también pienso que hay otros factores más relevantes. En mi opinión este predominio de las finanzas tiene que ver con los grupos dominantes.
En Corea los grupos dominantes son las empresas productivas. En América Latina la élite está vinculada a las finanzas y es rentista, es decir, prefiere lo financiero a tomar riesgos en lo real. En América Latina tenemos la rentabilidad financiera más alta del mundo, dos y tres veces más alta que en otras partes.
Esto es gracias a una política económica que ha sido fundamental en la desindustrialización de América Latina, la falta de diversificación económica, la falta de cambio tecnológico. América Latina abandonó su política industrial con la idea de que podía crecer con los productos primarios y las finanzas.
Es lo que se ha visto en los últimos años en Chile o con la euforia que existió durante el gobierno de Lula en Brasil. El tema es que si el precio del cobre en Chile regresa al de los tiempos normales, el déficit de cuenta corriente salta al 15% del PIB.
El contraste histórico es claro. Entre la década del 60 y la del 80, la producción manufacturera de Brasil creció un 9%. Del 80 a hoy en día creció un dos por ciento. En Asia creció de los 60 a hoy al mismo ritmo. La diferencia de crecimiento entre América Latina y Asia es la diferencia de crecimiento de su producción manufacturera.
El mismo sueldo de gerente a jardinero: La experiencia de la “Fábrica sin Patrones” en Argentina
Cada año la discusión por el salario mínimo ocupa la agenda por varios meses, entre quienes ven la necesidad de aumentarlo y quienes buscan proteger el empleo y la estabilidad de las empresas, sean grandes o pequeñas. Pero existen otras experiencias, que más allá de lo utópico, llaman la atención por plantear un ángulo distinto del trabajo.
El caso de Cerámicas Zanón en la provincia argentina de Neuquén es considerado un ícono de los movimientos de trabajadores y de izquierda, por proponer una fórmula horizontal en la producción y administración, donde cada miembro de la empresa tiene el mismo sueldo y rotan sus puestos, es decir, sin dueños que acumulen las utilidades.
Origen
“FaSinPat” (Fábrica Sin Patrones) tiene su origen en la organización de los operarios a fines de los ’90, cuando Luigi Zanón anunció el cierre de la planta, con inminentes despidos y recortes de sueldos, en un ambiente que avecinaba el desastre económico en el país trasandino, que estalló el 2000.
La compañía quebró el 2001 y a principios del 2002, el Sindicato de Obreros y Empleados Ceramistas de Neuquén (SOECN) decidió tomar el control de la producción, como la forma de mantener sus empleos, e iniciando un largo proceso de expropiación que aún se disputa en la justicia.
Administración
La administración de la fábrica está en manos de de la Asamblea General que fija todas las normas; asambleas de turno para temas informativos y operativos; y las reuniones de coordinadores, los “gerentes” cuyos cupos son elegidos por votación popular, con sólo una reelección, según sus Normas de Convivencia.
Esta fórmula sustentada en la política sindicalista debió ser defendida incluso por la fuerza frente a intentos de desalojo y una larga pelea judicial, que hace poco finalmente falló a favor de la expropiación.
Con todo, en estos 10 años no ha sido fácil devolver la estabilidad financiera a la marca y sólo con el tiempo volvieron a tener una planta de más de 450 trabajadores, el doble desde la toma de control y superior en medio centenar al momento anterior a la quiebra.
Asimismo, el 2002 la producción de cerámicos alcanzó los 10 mil metros cuadrados y el 2011, lograron 320 mil. De ellos, venden unos 270 mil y el resto lo destinan a obras sociales, como la construcción de un centro clínico en un barrio vecino o un “libro cerámico” con textos de Galeano, por ejemplo.
Salarios
Los cargos administrativos no son asumidos como un privilegio, sino una pesada responsabilidad que va rotando entre los trabajadores, sin recibir un peso más que cualquier otro puesto y claro, sin descuidar sus faenas como operario.
Al año 2004, el sueldo base era de 800 pesos argentinos (unos 90 mil pesos chilenos a esa fecha) con un bono por antigüedad, que sumados no superaban los 1.000 pesos (110 mil pesos chilenos). Hoy el ingreso del trabajador en FaSinPat promedia los 4.000 pesos (poco más de 430 mil pesos chilenos).
Las variaciones en los salarios sólo varían por bonos, ganados por antigüedad, turnos no habituales y horas extra. En la discusión política que cimenta el sistema se piensa que cada miembro de la empresa es imprescindible para sus objetivos.
Inconvenientes y crisis
El año 2009 la compañía sufre los embates de la crisis internacional, con una considerable merma en las ventas, cierre de mercados (como el chileno) y un atraso en tecnología. Los trabajadores atribuyeron la crisis a deudas heredadas del “patrón” y su quiebra, el escaso respaldo estatal a los nuevos dueños y el “ahogo económico” que intentan sus detractores.
Pero también el propio modelo social de trabajo pone trabas a medidas de superación tradicionales, como el despido de empleados o la disminución de sueldos “dignos y necesarios” que ellos defienden, según publicó INTI, organismo estatal de apoyo industrial.
El dirigente Omar Villablanca contó a Página 12 que “muchos esperaron que nos cayéramos solos o que la crisis nos llevara puestos, pero nunca abandonamos la calle. Formar nuestra cooperativa FaSinPat fue un recurso legal, pero nuestra fuerza real estaba en nuestra organización, en nuestra pelea diaria y en la relación con la comunidad. Esa fue y es nuestra fortaleza hoy”.
Y es innegable el apoyo vecinal que incluso impulsó la llegada de un diputado provincial en Neuquén. Con ello, más un subsidio estatal a modo de rescate, lograron en 2011 volver a exitosos niveles de producción.
24° Capítulo de ECONONUESTRAS 2-jul-2012
Por qué gratuidad en Educación. Escrito por Felipe Gajardo del Centro de Estudios Nueva Economía
Uno de los pilares de la propuesta Para una gran reforma al sistema educacional chileno es que la educación sea estructurada en base a un nuevo sistema nacional de educación pública gratuita.
Por eso la necesidad de que sea gratuito, pues al ser un derecho, todos pueden/deben recibir educación pública, independiente de cuánto pueda pagar. Esto no implica el fin de la educación privada y su reemplazo por la provisión puramente estatal como se tiende a pensar. La cuestión no es quien educa, sino cuál es el criterio conforme al cual se determina qué educación recibe cada uno. No hay alguna exclusión en principio de la educación privada.
El Estado, en tanto representante de la sociedad, habiendo suscrito el pacto internacional de derechos económicos, sociales y culturales de las Naciones Unidas, y habiendo consagrado en su Constitución el derecho a la educación, se convierte por ello en garante de este derecho. Sin embargo, en los hechos, este se encuentra gravemente vulnerado.
Actualmente, el Estado de Chile gasta, según la información oficial de la Dirección de Presupuesto, aproximadamente 10 mil millones de dólares en educación, lo que representa un 3,3% del PIB. En cuanto a la educación superior, de todo el ingreso que genera el país en un año, sólo un 0,3% es para educación superior, lo que está muy por debajo de lo que gastan los países de alto desarrollo. Por ejemplo, en esos países, se gasta 5 veces más en educación superior de lo que se gasta en Chile. El Estado de Chile es el que menos invierte en educación en el mundo, dejando esta responsabilidad en la familia, a merced del mercado y de empresas-universidades que lucran con el gasto de las familias.
Existen varias vías para financiar una educación superior pública gratuita, basta sólo de voluntad política para implementarlo. La primera vía es mediante una reforma tributaria, en la cual se podría abogar por traspasar recursos provenientes de los recursos naturales, por ejemplo con un aumento del royalty al cobre. Sólo basta señalar que en el año 2011, las empresas mineras privadas estimaron obtener de ganancias por sobre los 35 mil millones de dólares, es decir, 3 veces más la inversión del Estado en educación.
La segunda vía es bajo la eliminación del FUT (el cual ya no tiene fundamentación para su existencia hoy en día), lo cual generaría un ingreso presupuestario enorme, del cual se podría derivar recursos para financiar una eventual educación superior pública gratuita.
Una tercera vía es mediante un impuesto específico a la educación superior, así como existen los impuestos específicos al combustible para quienes consumen este bien, o impuesto al cigarrillo para quienes fuman, podría existir un impuesto específico a la educación superior para financiarlo. Con esto, aquellos egresados que retornan un ingreso superior pagan un impuesto (por tantos años) superior a quienes reciben un ingreso inferior. Lo anterior es progresivo, y no regresivo como tiende a enjuiciarse a la idea de gratuidad en la educación superior.
La educación superior pública gratuita es posible, tiene fundamentos teóricos, es factible de instaurar y permite que nuestro país desarrolle mejores estrategias de desarrollo para lograr alcanzar un país sin sus principales problemas actuales: la pobreza y desigualdad en distribución de ingresos.
http://www.elmostrador.cl/opinion/2012/07/03/por-que-gratuidad-en-la-educacion-publica/