Antropóloga Henrietta Moore: «Hay que acabar con el desarrollo»
por BBC Mundo.
La era del desarrollo se acabó. Necesitamos nuevas ideas para mejorar la vida. Y Latinoamérica las está dando. Eso al menos es lo que argumenta la antropóloga Henrietta Moore, directora del Instituto para la Prosperidad Global de University College London… pero, ¿cómo lo sustenta?
Seguro que el desarrollo es una necesidad incontrovertible en el mundo en el que vivimos.
Basta con revisar algunas cifras para comprobarlo:
Ante los hechos, ¿cómo puede ser que alguien tenga algo contra el desarrollo? ¿Por qué me atrevo a renegar?
Parto de un hecho muy simple: hemos experimentado con el desarrollo durante 60 años.
El experimento empezó a mediados del siglo XX, cuando el mundo era un lugar muy distinto.
La idea en ese entonces era que el desarrollado Norte poseía los recursos financieros y las habilidades técnicas que adolecía el pobre Sur.
En consecuencia, la tecnología, los conocimientos y el capital deberían fluir del Norte al Sur, del mundo desarrollado al mundo en desarrollo.
Ideas y acciones
El filósofo y sociólogo alemán Max Weber, quien murió en 1924 -antes de que la idea del «desarrollo» entrara en la conciencia colectiva- decía que de tanto en tanto llegaba una gran idea que cambiaba el rumbo de la historia.
El desarrollo fue una de esas ideas.
Pero, en la segunda década del siglo XXI, ¿sigue siendo tan poderosa como antes?
¿No será hora de volver a cambiar el rumbo?
Y si lo es, ¿en cuál dirección?
Por qué esperar la lluvia
Recientemente estuve en el norte de Kenia, conociendo un proyecto de una bien intencionada ONG internacional.
La idea era sencilla, una idea típica de la teoría del desarrollo.
La ONG proveería irrigación; la irrigación llevaría a mejoras en la agricultura; las mejoras en la agricultura traerían altos ingresos.
En resumen, la meta de toda la intervención era maximizar la producción agrícola.
Una peculiaridad de esta región particular de Kenia es que la aguda apreciación de las estructuras políticas y económicas que influyen en la vida de la gente a menudo se refleja en los apodos.
Por ejemplo, a uno de los hombres con los que he hablado varias veces le llaman «Banco Mundial». Al preguntarle por qué, rio y me contestó: «Porque soy un economista, pero no tengo nada de dinero».
En este caso, con quien hablé fue con el señor «Negocios», el único que estaba plantando su recientemente irrigada tierra en la estación seca.
Todos los demás campos de cultivo no han sido tocados desde la cosecha del año anterior.
Cuando le pregunté a los otros por qué no estaban cultivando en febrero como el señor Negocios, dijeron: «Estamos esperando la lluvia».
Una respuesta que frustra muchísimo al funcionario de la ONG que ha amenazado con imponer sanciones contra quienes no planten y produzcan algo todo el tiempo.
La pregunta, sin embargo, es: ¿por qué la gente está esperando la lluvia si ya tienen un sistema de irrigación?
La respuesta corta es que cultivar maíz es sólo una parte de la compleja ecología de las actividades para ganarse la vida de esa sociedad.
Esas parcelas irrigadas no son las únicas tierras que la gente tiene que trabajar. En esa época del año, los mangos y el sorgo requieren de atención, así como otros proyectos, como arrear animales, construir casas, etc.
Además, desde noviembre hasta enero es la época de las bodas, ceremonias y eventos religiosos, momentos en los que la gente se reúne para ayudarse y apoyarse.
Y esas son relaciones que se fortalecen y servirán para proveer alimentos, recursos o préstamos cuando sea necesario… como cuando llega la hora de sembrar las tierras con los flamantes sistemas de irrigación.
¿Qué nos dice ese ejemplo?
Primero, quizás, que las soluciones técnicas –como los sistemas de irrigación–rara vez lo resuelven todo.
Es algo que hemos sabido por mucho tiempo y se ha demostrado repetidamente en proyectos de desarrollo, pero persistimos con la idea de que la tecnología es la respuesta a problemas sociales complejos.
Las nuevas tecnologías son importantes; obviamente traen beneficios genuinos.
Sin embargo, lo que realmente resuelve problemas sociales complejos no es la innovación tecnológica sino social.
La segunda cosa que podemos aprender es que la maximización económica de producción e ingresos –crecimiento– como modelo para el progreso económico y social tiene sus límites.
No hay duda que mejores carreteras mejoran el acceso a los mercados y aumentan los ingresos.
No obstante, a medida que los intereses sobre la deuda aumentaron con el desarrollo y el progreso para el Sur global –y de hecho, para el mundo entero–, hay serias razones para cuestionarlo.
Tomemos un ejemplo sencillo:
El crecimiento infinito no es posible en un planeta sin suficiente agua.
A pesar de esto, el concepto convencional de crecimiento económico, impulsado por la escalada del consumo de recursos, sigue siendo la finalidad principal de las políticas gubernamentales en todo el mundo.
¿Queremos seguir aferrados a esa idea de que el Sur global siga el camino trazado por el Norte global?
Pues la evidencia originada en el Sur global indica otra cosa.
Con raíces en la tierra
En Brasil centro occidental, donde muchos viven de la soya y el maíz, la agricultura consiste mayoritariamente de monocultivos.
En 2013 la región alcanzó un volumen récord de soya y maíz: más de 78 millones de toneladas. Pero gran parte de ellas no eran usadas para alimentar a la población sino exportadas para producir biocombustible.
Es precisamente en respuesta a esta clase de problemas causados por la agroindustria de este tipo –que incluyen la contaminación de los recursos naturales, el aumento en los precios de los alimentos locales, problemas de salud, degradación de la tierra– que muchas comunidades en Latinoamérica y el Caribe han hecho la transición a la agroecología.
Combinando lo mejor de la ciencia, lo mejor de la agricultura tradicional y la igualdad social con acceso a la tierra, unas 500 millones de personas en el mundo están hoy en día involucradas en la agroecología.
Un estudio independiente mostró que puede producir tanto o más que la agricultura intensiva.
Otro, que revisó 286 proyectos en 57 países, encontró que en promedio el rendimiento de los cultivos aumentó en un 79% como resultado del uso de los métodos agroecológicos.
La agroecología hace uso de los conocimientos y técnicas que las personas mismas controlan y usan para aumentar su prosperidad.
Y la prosperidad se entiende como bienestar, autonomía, administración del medio ambiente, lazos sociales y culturas, en cambio de ser únicamente una cuestión de ingresos y crecimiento.
En 2014, la FAO (Organización de la ONU para la alimentación y la agricultura) finalmente reconoció y decidió apoyar la agroecología, lo que quizás es una señal de que las cosas están cambiando; de que conocimientos y habilidades alternativas de la gente serán considerados clave para que florezcan las sociedades del futuro.
Y los modelos vienen del Sur global.
Vamos a la ciudad
El éxito o el fracaso en la construcción de ciudades sostenibles es uno de los más espinosos retos de los próximos 15 años, pues para 2030 la población urbana ya será de 5.000 millones.
Y, según las proyecciones actuales, 2.000 millones de esas personas vivirán por debajo del umbral de la pobreza.
Hay muchos ejemplos de cómo la nueva forma de pensar del Sur global ofrecen mejores maneras de abordar asuntos difíciles.
He aquí uno, que me gusta mucho:
Hace poco más de una década, a un arquitecto chileno visionario, Alejandro Aravena, le presentaron un problema.
Se trataba de un terreno de media hectárea en el centro de la ciudad de Iquique en Chile que tenía que ser rehabilitado.
Pero ahí vivían cien familias, que lo habían ocupado ilegalmente durante 30 años.
La solución estándar a los tugurios y a la vivienda social, cuando se tornan problemáticos, es destruirlos y trasladar a la gente a lugares fuera de la ciudad, donde a menudo no hay empleos ni transporte ni servicio ni asistencia.
y Aravena tenía un presupuesto de US$7.500 por familia para comprar la tierra y proveer la infraestructura y arquitectura básica.
Si hubiera construido casas en el medio de Iquique, habría sido demasiado caro, y sólo habría podido acomodar a 30 familias.
Los rascacielos podrían haber sido la respuesta, pero en estos las familias no habrían podido expandir sus hogares a medida que crecían.
¿Y entonces?
Afortunadamente para esas familias, el lema de Aravena es: «Mientras más complejo el problema, mayor la necesidad de simplicidad».
El resultado fue que no sólo el arquitecto y las familias unieron fuerzas, sino que se dividieron las tareas.
Se levantaron casas de clase media en el lugar para todas las familias, de manera que quedaron cerca del trabajo, las escuelas y los servicios públicos.
Pero la innovación fue que Aravena sólo les construyó la mitad de la casa, la parte más difícil: la estructura, el techo, la cocina y el baño. El resto quedó a cargo de cada familia.
Como él mismo dijo: «Nunca resolveremos el problema a menos de que utilicemos la capacidad de la gente misma de construir».
Innovación social verdadera
Aravena tornó la vivienda social de un costo en el presente a una inversión en el futuro.
Y ese modelo se ha puesto en marcha en al menos otras 13 ciudades en Chile y México.
Yo pienso que esto demuestra la importancia de lo que llamo «experimentación colaborativa», basada en la cooperación de Sur a Sur.
Creo que necesitamos más experimentación social, política y económica, en cambio de continuar siguiendo un sólo modelo.
Históricamente, el desarrollo ha dependido de exportar e imponer modelos que supuestamente ofrecen resultados conocidos como soluciones a los retos que enfrenta el Sur global.
Pero si enfocamos el futuro en una interpretación más amplia de la prosperidad humana, más que en el desarrollo económico basado en el crecimiento, tendremos que aceptar que las sociedades que florezcan en el futuro serán muy diversas pues los principios de la buena vida, la moralidad, los valores, así como las definiciones del éxito, bienestar y aspiración, serán muy distintos.
Fuente: http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/08/150715_fin_desarrollo_sudamerica_lider_finde_dv
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