Entrevista de diagonalperiodico.net a Amaia Orozco, economista feminista
Cuidar, lavar, cocinar, planchar, educar, limpiar, hacer la compra… Este conjunto de verbos y muchos más están relacionados con las mujeres de todo el mundo. Las tareas vinculadas a lo doméstico que realizan a lo largo del día son muchas, muy variadas y la sociedad da por supuesto que el sexo femenino es quien las debe hacer. Todo un conjunto social se ve favorecido por los trabajos, nunca remunerados ni reconocidos, que siempre realizan las mujeres.
La economía feminista trabaja para que esto cambie, para que se valoren y se pongan a escena pública todas esas funciones que son invisibles para la sociedad en su conjunto pero sin las cuales sería mucho más complicada la vida diaria (y la economía de un país). Amaia Pérez Orozco, economista feminista indaga y reflexiona sobre la teoría y la práctica más cotidiana de esta disciplina con el fin de que se estime, considere y recompense la ocupación de la mujer en la sociedad. Hablamos con ella para conmemorar de algún modo el Día Internacional de la Mujer
¿Qué es la economía feminista?
La economía feminista se caracteriza por tres puntos que, aunque presentan aplicaciones y formas diferentes, todos tienen algo en común.
Uno establece que economía no es sólo lo que ocurre en los mercados, que no sólo es flujo de dinero y que el trabajo no es sólo lo que se paga, sino que economía son los procesos que sostienen la vida, que generan los recursos necesarios para el bienestar físico y emocional de las personas y que esto implica también muchos trabajos que no se pagan. Por lo tanto es recuperar esa dimensión invisibilizada de los trabajos no remunerados que forman parte de la generación cotidiana del bienestar.
Un segundo punto establece que la economía está vinculada con las relaciones de género de desigualdad donde existe un reparto injusto de los trabajos y de los recursos y, encima, el sistema económico construye y redibuja esa desigualdad. De ahí que para entender realmente cómo funciona la economía necesitamos aplicar una mirada feminista ligada a las desigualdades entre mujeres y hombres.
El tercero, intentar ver, analizar y pensar la economía para transformarla; es decir, no hacer economía desde una posición de asépticas, de expertas, sino que la economía es política y queremos dar una mirada comprometida para lograr mejores condiciones de vida para el conjunto de la población con el fin de acabar con las desigualdades entre hombres y mujeres.
¿Cómo se unen la ciencia económica con las ideas políticas de los feminismos?
La economía feminista es una rama académica y también es movimiento social. En Europa se ha adjudicado al trabajo que determinadas economistas feministas están haciendo en la academia, pero en América Latina, sobre todo, es la forma en que las mujeres abordan su vida económica. Así, se puede decir que a su vez es un ámbito de estudio y de movimiento social desde donde se construyen las relaciones económicas.
Yo descubrí la economía feminista junto con la ecológica en el último curso de carrera, con una asignatura sobre metodologías alternativas. Pero desde siempre ha habido miradas feministas al modelo socioeconómico, aunque el término como tal surge en los años ’90. Aún así, aunque yo me vinculé más con ella por la vía académica, apostaría porque la economía feminista se convirtiera en un movimiento social y de alternativa política.
¿Cómo aplicar la teoría de la economía feminista a la práctica cotidiana de la vida?
En América Latina hay más experiencias que en Europa. Una idea es combinar la economía solidaria con visiones feministas, la cuestión es cómo poner en marcha esto ya que en la práctica habría que atravesar distintos niveles: cómo organizamos nuestra vida socioeconómica día a día, a qué le damos importancia, qué redes tenemos, qué objetivos vitales buscamos, cómo distribuimos los trabajos, por ejemplo. Otro nivel sería transformar las relaciones socioeconómicas en la cotidianeidad: cómo luchar por una distribución justa de los trabajos, por unos modelos de bienestar distintos, cuestionarnos el consumismo, etc. Luego habría otro nivel más comunitario donde tendríamos que poner en marcha otras experiencias como el banco del tiempo, trueques, el compartir cosas, etc. Y además, tener en cuenta el nivel más macro de las políticas públicas, de los presupuestos, a qué se dedica el gasto público del Estado, qué forma toma el Estado del Bienestar, qué sistema impositivo tenemos, etc.
Pero lo que plantearía el feminismo es que a todos estos niveles deberíamos plantearnos la idea de “vida que merece la pena ser vivida”.
Es decir, cuál es el objetivo social de desarrollo de país a nivel macro y también a nivel comunitario, y cuál es nuestra propia idea del bienestar. Para ello, habría que reconocer los trabajos y recursos necesarios para lograr ese nivel de bienestar, y no sólo los que mueven dinero; es decir, dar valor real a todos los procesos invisibles como el trabajo no pagado en las casas, lo explotado y no valorado en lo comunitario o la economía invisible de los cuidados de lo que se “libra” el Estado.
¿Qué significa exactamente “vida que merece la pena ser vivida”? ¿Bajo qué perspectiva y para quién sería merecida vivirla?
En primer lugar hay que reconocer que la vida es vulnerable y precaria, que hay que cuidarla; pero también, dejar de pensar que solas podemos hacerlo ya que siempre estamos en relaciones de interdependencia con el resto. Para ello es fundamental combinar esa idea de la interdependencia con la de autonomía, porque las mujeres a lo largo de la historia no han tenido autonomía, dando siempre su propia vida por el bienestar ajeno.
Otra idea clave es que la vida que merece la pena ser vivida tiene que respetar siempre dos principios éticos irrenunciables. El primero es la universalidad ya que no se trata lo que yo individualmente entiendo por “vida que merece la pena ser vivida” sino que es algo colectivo, como la vida a la que vamos a responder y responsabilizarnos, es decir, tiene que ser para todos y todas y no podría, por ejemplo, ser el buen vivir de unas personas a costa del mal vivir de otras. El segundo principio es la singularidad ya que la vida es una experiencia individual y también hay que respetar las diferencias de cada quien. Es reconocer la diversidad, posibilitarla y vivirla, no negarla.
La vida que merece la pena ser vivida ha de tener claro las dimensiones materiales pero también las emocionales y afectivas. No sólo preguntarnos por el tipo de vivienda que merezco sino también si tengo espacios de libertad para compartir la vivienda con quien yo quiera, por ejemplo, debates que no siempre se plantean en las agendas políticas.
Y por último, habría que romper con el binarismo sexual. No por nacer con una biología estamos condenadas a vivir un lugar en el mundo. Dar libertad a nivel sexual y de género sería esencial.Pero en todo caso, la idea de “vida que merece la pena ser vivida” no es lo que yo entienda o tú entiendas, sino lo que colectiva y democráticamente decidamos y con la que nos responsabilicemos. Tenemos que definir qué es bienestar para hacernos colectivamente responsables de este nivel de bienestar.
El día de hoy (8 de marzo) sirve para reflexionar, entre otras muchas cosas, sobre la división sexual del trabajo, que relega a las mujeres a un papel secundario en la sociedad, ¿cómo surge esto y por qué?
Me parece irrelevante preguntarse por los orígenes de la división sexual del trabajo, lo que me parece interesante es preguntarnos por los mecanismos que lo perpetúan. Así, el derecho a maternidad y el derecho a paternidad es un derecho que perpetúa la división del trabajo; el tener un mercado laboral que sigue exigiendo el trabajador champiñón, plenamente disponible y flexible para el mercado laboral, perpetúa dicha división sexual del trabajo; el que los sindicatos no se tomen en serio el trabajo no remunerado también lo perpetúa; el que los movimientos sociales sólo valoren el trabajo más público y no el de mantenimiento cotidiano es otra forma de división sexual del trabajo; el no enseñar a los chavales en clase a cuidarse a sí mismos perpetúa la división del trabajo; el régimen discriminatorio del empleo del hogar o los mecanismos de regularización de la población inmigrante también perpetúan esta división porque dificulta la reunificación y hace que haya mujeres solas que dejan en su país de origen a personas dependientes para que sean otras mujeres, normalmente sus madres, tías, hijas mayores o vecinas, las que se hagan responsables y cargo de ello… Todos estos mecanismos son relevantes y preguntarse esto es más útil que preguntarse por los orígenes.
¿Qué papel presentan los movimientos feministas dentro de esta economía y de sus miradas?
Para el conjunto de movimientos sociales “el cambio va a ser sí o sí, lo importante es si queremos gobernarlos con criterios de justicia o con criterios de mercado”, que dice el movimiento ecologista. Creo que las cosas están cambiando a un ritmo vertiginoso. El riesgo es normalizar las condiciones de degradación de vida y las condiciones sociales. Es el momento justo para cuestionarlo en lugar de normalizarlo.
Pero es cierto que es un momento de oportunidad para el movimiento feminista aunque no me atrevo a decir si lo está aprovechando. Hay gente que está apostando mucho por la unidad y las relaciones con otros movimientos como el ecologista, el decrecimiento, con otros feminismos de lugares donde no hay mucha relación como los de Grecia, Portugal, Italia o América Latina. Por lo que necesitamos una conferencia a nivel global y una mayor relación del movimiento feminista con otros movimientos críticos.
¿Cómo aplicar e introducir todas estas ideas a las prácticas del desarrollo de los pueblos desde la perspectiva de la cooperación internacional?
Hay gente que está haciendo esfuerzos interesantes. La cooperación asistencialista y cuestionadora de los modelos de desarrollo se puede abordar desde una manera técnica, como una receta que se aprende y se aplica al terreno, a una manera mucho más política y crítica donde la mirada de género implique revisar con más profundidad los objetivos del proyecto y su desarrollo.
El problema es que esa visión más crítica no ha tenido tanto éxito porque la cooperación ha tenido una óptica asistencialista o ha metido en el mismo modelo de desarrollo a quienes no estaban metidos en él.
Otro apunte interesante es que no sólo tenemos que abordar los procesos de empoderamiento con las mujeres con las que trabajamos sino también nosotras, las trabajadoras, partiendo de la idea de cómo es el proceso de dicha labor. Ahí no se ha llegado y, precisamente, empezar a ver el género como algo técnico es un problema enorme porque le quitas el componente político, que es la esencia.
Teniendo en cuenta este Día Internacional de la Mujer que muestra qye aún no se ha conseguido una situación de igualdad en ninguna parte del mundo y que debemos seguir luchando y trabajando para conseguirlo, ¿cómo ves este camino?, ¿hacia dónde se dirigen los feminismos?
Es crucial respetar la diversidad y no seguir la bandera de una misma línea dentro de los diversos feminismos. Reconocer la pluralidad de los feminismos, tomarse muy en serio una visión global con otros feminismos de otros lugares, ponerse en red y, en concreto, que los de los países del Norte compartan mucho con los del Sur.
Hacer conexión también con otros movimientos críticos que están preguntándose cuál es la vida que merece la pena ser vivida y cómo la organizamos. Confluir mucho y el ecofeminismo es una de las líneas que me parece más potente y que está trabajando el fondo de esta cuestión.
Deja un comentario