Pan y rosas: el hambre de los trabajadores chilenos
por Patrizio Tonelli, Fundación Sol
Las palabras del empresario Sven Von Appen pronunciadas el jueves 16 de mayo sobre los actuales acontecimientos políticos y sociales en Chile, son duras y revelan, una vez más, la esencia del actual conflicto que recorre nuestro país desde 2011.
Son palabras que nos llevan directamente a los inicios del siglo XX, al tiempo de la llamada “cuestión social”, cuando en Chile así como en el resto del mundo, los patrones dominaban las masas a su propio antojo. “A los chilenos les ha crecido tanto el apetito que no pueden parar”, dijo el señor Von Appen, y eso sería un peligro porque “engordarán y se pondrán más cómodos”, perdiendo así su laboriosidad y dejando de aportar sus valiosas energías para que el PIB de nuestro país siga creciendo.
El esquema es sencillo y repite los argumentos de siempre. Existen los que mandan y existen los que ejecutan: los trabajadores deben quedarse en el lugar que les corresponde, silenciosos y productivos. Aquellos que levantan la voz y reivindican sus derechos, son catalogados como flojos y ponen en peligro el funcionamiento de la máquina.
Sin embargo, hay un elemento trágico en este caso: las palabras sobre el apetito y el hambre de los chilenos fueron pronunciadas por el mismo dueño de la empresa Ultramar, que se negó reiteradamente a reconocer el derecho a media hora de colación a los trabajadores del puerto de Angamos. Solo más de veinte días de paro generalizado en el sector, que bloqueó los puertos más importantes de Chile entre la I y la X región, lograron revertir esta situación. La movilización de Angamos, que recogió la solidaridad de 16 puertos del país, impuso el reconocimiento de la media hora de colación, el aumento del bono respectivo, y la reincorporación de 6 dirigentes injustamente despedidos. Pero la empresa y el resto del mundo empresarial y político, vieron el vaso medio vacío: esa movilización fue simplemente una “huelga ilegal”, habría dañado la economía del país, afectando su crecimiento.
Los acontecimientos nos llevan a revivir uno de los hitos de la historia del movimiento obrero internacional. El lugar: Estados Unidos, ciudad de Lawrence, Massachusetts. El tiempo: los inicios del siglo XX, año 1912. En esa época la ciudad de Lawrence concentraba una fuerte industria textil conformada por muchas empresas en las cuales trabajaba una gran masa de trabajadores inmigrantes: más de 30.000 italianos, árabes, rusos, etc. Fuerza de trabajo fresca, hombres, mujeres y niños recién llegados a Estados Unidos, y contratados para hacer prosperar el sueño americano. De ese sueño, sin embargo, nada quedaba para los trabajadores inmigrantes: 56 horas de trabajo semanales, sueldos bajos, pésimas condiciones de higiene y de salud.
En enero de 1912 una ley estatal de Massachusetts redujo la semana laboral de 56 a 54 horas, y las empresas compensaron esta reducción horaria con recortes salariales que empeoraron ulteriormente las ya precarias condiciones de vida de los trabajadores y sus familias. La reacción no se hizo esperar y en el transcurso de una semana se generalizó una huelga que involucró a más de 20.000 trabajadores, organizada por la mítica organización sindical de los “Industrial Workers of the World” (IWW, Trabajadores industriales del mundo). Esta manifestación impresionaba a los observadores por sus caracteres inéditos hasta ese momento: destacaba por un lado la gran colaboración interracial, que contaba con un comité de coordinación multiétnico, asambleas traducidas en 25 idiomas y comedores populares. Mientras que por otro lado, sobresalía la gran presencia de las mujeres, las cuales, rompiendo su tradicional subordinación, asumieron las labores de vocería y representación de ese movimiento.
Las nueve semanas de movilización en Lawrence, quedaron en la historia como la huelga del “pan y rosas” (en inglés “the bread and roses strike”). Los trabajadores y trabajadoras reivindicaban el pan, traducido en aumentos salariales con semana laboral de 54 horas y el reconocimiento de las horas extra, pero también querían las rosas, es decir, la dignidad.
“Nosotros reivindicamos que como miembros a pleno derecho de la sociedad y como productores de la riqueza, tenemos el derecho a conducir una vida decente (…) a tener casas y no chozas (…) a tener alimentos sanos y no en mal estado y caros (…) a tener ropa adecuada y no prendas de mala calidad”. Esto declaraban los huelguistas, quienes agregaban: “Para asegurar alimentación suficiente, ropa y protección en una sociedad constituida por una clase depredadora y por una clase trabajadora, es absolutamente necesario para los trabajadores unirse y formar un sindicato, organizando así su propio poder de la forma que mejor les permita la seguridad y felicidad”.
El pan y las rosas, la sobrevivencia y la dignidad. De eso tienen hambre los trabajadores chilenos. El pan, elemento esencial en un país donde el 50% de los ocupados gana menos de $251.000 o donde el salario mínimo no alcanza para los gastos básicos de una familia. Pero las rosas también, es decir, la posibilidad de reivindicar y negociar de verdad condiciones de vida decente: ¿cómo es posible lograr lo anterior en un país que impide sistemáticamente la conformación de un poder real y sustantivo por parte de los trabajadores?
Desde hace 34 años el Plan Laboral de José Piñera y de la Junta Militar, encierra las negociaciones colectivas dentro de la empresa, no permitiendo negociar a nivel de territorio, sector o rama productiva. Al mismo tiempo, niega un efectivo derecho a huelga, la única verdadera herramienta de presión que tienen los trabajadores, al permitir el reemplazo de los huelguistas. En este contexto la negociación colectiva se transforma en realidad en un “mendigar colectivo”, y la mendicidad no se condice con la dignidad.
“El pan y las rosas” se torna entonces en una consigna programática, base esencial para rediseñar la geografía del poder que caracteriza a nuestra sociedad. Con las luchas reivindicativas de los últimos tiempos, los chilenos no engordarán ni se pondrán más flojos, pero sí ganarán la posibilidad de salir de la subordinación y marginalidad en la cual están relegados. ¿Acaso será eso lo que realmente preocupa a Von Appen y la clase dirigente nacional?
http://www.eldinamo.cl/blog/pan-y-rosas-el-hambre-de-los-trabajadores-chilenos/
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